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Los Capuchinos en laPenínsula Ibèrica nerse en tela de juicio los méritos del P. Bernabé de Astorga, y de los exclaustrados, quizás merezca mención especial el P. Guillermo de Ugar. En cambio, a juzgar por no pocos informes, no se mostró muy propicio a la restauración quien desempeñaba entonces el cargo de Comisario Apostólico, P. José de Llerena. Por eso y porque no gozaba de grandes simpatías entre sus súbditos ni tampoco se mostró partidario de la incorporación de los capuchinos españoles al resto de la Orden en el gobierno, los superiores decidieron darle el cese (12 julio 1880). En su lugar fue nombrado por la Congregación de Obispos y Regulares (9 de marzo 1881) el P. Joaquín de Llevaneras. 4. Organización. 123. E l P. Llevaneras, en plena juventud, asesorado por el P. General Bernardo de Andermatt y por su hermano el P. José Calasanz de Llevaneras (más tarde Cardenal Vives y Tu­ to), dirigirá por más de ocho años los destinos de los capuchi­ nos españoles en sus progresos y marcha adelante, fundando conventos, organizando las comunidades, efectuando la tan deseada unión con Roma, gobernando la única provincia espa­ ñola existente entonces y aceptando varias misiones entre in­ fieles. Efectivamente: en 1881 se lograba tener en Madrid una re­ sidencia, aunque provisional; se construía el convento de B il­ bao (mayo 1884); se conseguía el de Olot (agosto 1884) y el de La Ayuda (diciembre 1884) en Barcelona. A eso se agregó el establecimiento de una Escuela Seráfica en el convento de Montehano (Santander), inaugurada el 19 de noviembre de 1882. 124. Cuando ya se contaba con 14 conventos, 227 religio­ sos y 43 alumnos en la Escuela Seráfica, el P. Comisario Apos­ tólico quiso hacer efectivo el deseo de casi todos los Capuchi­ nos españoles, su incorporación total a la Orden. Se presentó 82

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