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Los Capuchinos en laPenínsula Ibérica Ustáriz como tampoco alabó la resolución de organizar otra en Bayona aun después de haberse obtenido el rescripto pontifi­ cio (2 diciembre 1852), casa que quedó bajo la dependencia del P. General. E l P. Fidel de Vera fue su fundador, quien con­ siguió además permiso para recibir en ella cuantos religiosos quisiesen llevar allí vida estrecha de observancia, concediéndo­ le al propio tiempo el P. General facultad para establecer novi­ ciado. Ante los resultados conseguidos, hay que afirmar que el convento de Bayona contribuyó muy eficazmente a la restau­ ración de la Orden en España mediante los religiosos que en él tomaron el hábito, se formaron o estuvieron de residencia. Otros, por esas mismas fechas, intentaron dar nuevo pasos con miras a la restauración deseada. San Antonio María de Cla- ret, arzobispo de Santiago de Cuba, y el P. Esteban de Adoain proyectaron fundar un Colegio de misioneros capuchinos en la provincia de Navarra, con destino a evangelizar la Perla de las Antillas, Cuba; se eligió para ello el convento de Pamplona, pero tampoco se logró. 117. En cambio sí tuvo éxito otro proyecto del P. Alcaraz, cuya doble intención era: restauración y apostolado misionero. En julio de 1854 se abría en Guatemala, a base de capuchinos exclaustrados, la primera casa con su comunidad conventual de estricta observancia, la de Belén de La Antigua. Sería refugio para cuantos religiosos se dirigiesen al continente americano y, por otra parte, centro de formación para cuantos deseasen in­ gresar en la Orden con la doble finalidad de dedicarse al apos­ tolado y preparar personal para la ansiada restauración de la Orden en España, como se consignaba en los reglamentos. A tal objeto se estableció también noviciado. Los hechos com­ probaron lo acertado de esta medida. 118. Por último, en 1860, los PP. Angel de Villarrubia y Félix de Llers, misioneros en Masopotamia, solicitaron permiso del rey para abrir un Colegio de misioneros con destino a aquel país en Arenys de Mar. E l asunto debió trabajarlo luego el P. Juan Pruna de Arenys, a quien fue dirigida la concesión real 78

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