BCCCAP00000000000000000000142

Los Capuchinos en la Península Ibérica 747. De ahí que, frustrados los primeros proyectos, tam­ bién los religiosos se vieron defraudados, al ver por otra parte que, a petición de los obispos, eran obligados a hacerse cargo de parroquias, distribuyéndose por las provincias de Cumaná, Barcelona, Caracas, Apure, Maracaibo, etc. Posteriormente, ante las exigencias de las autoridades civiles y ante la poca li­ bertad para ejercer digna y convenientemente su ministerio, no pocos decidieron dejar Venezuela y marchar a otras nacio­ nes en busca de campo propicio para sus ideales misioneros. Así lo hizo, entre otros, Jacinto de Peñacerrada, futuro obispo de La Habana, dirigiéndose a Colombia, Méjico y Cuba, lo propio que ejecutó en 1849 Esteban de Adoain, siendo expul­ sado por el gobierno. 748. Las cosas fueron tomando tal cariz que, ya a comien­ zos de 1846, el superior de los misioneros capuchinos, Ramón de Murieta, siguiendo disposiciones del P. Alcaraz, tomó la de­ terminación de marchar con otros muchos a Guatemala, lo que de momento no hizo por haberse opuesto a ellos tanto las au­ toridades civiles como eclesiásticas. 749. Ante aquella situación y ante la necesidad apremian­ te de clero, la mayoría de los religiosos capuchinos optó por quedarse en Venezuela, encargándose de parroquias, procu­ rando el bien espiritual de las almas, dedicados a realizar en pueblos y ciudades obras materiales de construcción de tem­ plos, sociales, de apostolado, de caridad, etc. Así, por ejemplo, Manuel María de Aguilar fue destinado a la diócesis de Caracas, al pueblo de Antímano, cuyo templo es­ belto y grandioso logró levantar, lo propio que hizo en Maique- tía Gaspar María de los Arcos, como Fernando de Logroño ejerció asimismo el ministerio parroquial en Taguay, de la mis­ ma diócesis, y en Petare José de Marauri, quien, llevado de su amor a los enfermos, consiguió levantar un hospital que luego llevó su nombre, donde eran atendidos gratuitamente los po­ bres. 374

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz