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Los Capuchinos en la Península Ibérica aquel convento fueron los primeros en socorrer a las víctimas. Habilitado el hospital en el palacio-castillo del arzobispo, no menos de 10 religiosos estaban en servicio permanente, e in­ cluso hicieron de cirujanos; dos religiosos fallecieron (cfr. Ildefonso de Ciaurriz, La Orden capuchina en Aragón, 35-38). Nueve religiosos perecieron en Huesca en 1651. 571. En el siglo XVIII, y en tiempos en que la disciplina religiosa y el fervor habían notablemente decaído, la apari­ ción de la peste ponía ejemplarmente en pie a los capuchinos. Pablo de Colindres, futuro general de la Orden (+1766) “ era continuo en los hospitales de Orán, España y Roma” ; una de las razones principales de su misión a Orán con Matías de Mar- quina en 1734 fue asistir a los enfermos y apestados de aquella plaza. 572. En el siglo XIX esta caridad dio ejemplos heroicos. En la peste de Andalucía de 1800, se distinguieron por su ab­ negación: Pedro de Cartagena (+ 1807) y Salvador (Verita) de Sevilla; murieron 31 religiosos. Durante la peste de Alican­ te de 1804 murieron víctimas de la caridad: Marcos de Villena, Rafael de Adzaneta e Ignacio de Valencia. En la epidemia de Cádiz, en 1810, sucumbían tres religiosos (cfr. Ardales, La Divina Pastora, 461-63). En la que siguió en 1819 en la misma ciudad y en Sanlúcar, los capuchinos se ofrecieron generosa­ mente, sobre todo los del seminario de misioneros, para ente­ rrar los fallecidos. 573. En la pestilencia de 1820-21 en Artá y Son Servera en la isla de Mallorca muchos religiosos del convento de Palma se ofrecieron para servir a los apestados: las autoridades acep­ taron ocho, y luego algunos más (cfr. J. Oriol de Barcelona, en Estud. Franc. 25 (1920) 355-366). 574. Ya en vísperas de la supresión, los religiosos no nega­ ron sus’ servicios en la epidemia de cólera morbo de 1834, en la que también murió en Castromonte (Valladolid) Gaspar de S. Torcuato. Los capuchinos de Navarra convirtieron en 298

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