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ActividadApostólica éxito asombroso: desde la primera edición, en 1718, hasta la última, en 1925, pasan de 30 las ediciones o reimpresio­ nes. Ya en 1794, el editor madrileño Isidro Fernández, que había hecho en 1781 una edición de 9.000 ejemplares y otra de 12.000 en 1783, afirmaba que si se reunieran todos los ejemplares impresos de esta obrita no cabrían en la plaza mayor deMadrid. 563. Como en la predicación, también en la confesión la realeza y la nobleza distinguieron de modo especial a los ca­ puchinos. Diego de Quiroga (+ 1649) se trasladó a Viena como confesor de la emperatriz Mariana, hija de Felipe III y esposa del emperador Fernando III, y volvería a Madrid para ser confesor de la infanta María Teresa, hija de Felipe IV y más tarde emperatriz de Francia; de esta infanta será confesor también Alejandro de Valencia (+ 1659). Confesor de la duquesa de Lerma fue Francisco Alarcón de Tordesillas (+1639), y del duque de Medinaceli, virrey de Nápoles, lo fue Basilio de Zamora; Buenaventura de San Mateo (+ 1667) for­ mó parte, como confesor de las damas de la emperatriz, de la comitiva de Mariana de Austria en su viaje a España para casarse con Felipe IV; en la corte, con su compañero Arsenio de Vinaroz, fueron nombrados confesores de las damas de la reina. Director espiritual de la nobleza, muy apreciado, fue José de Madrid (+1709). Confesor del infante Luis Jaime de Borbón fue durante 20 años Urbano de Los Arcos. Carlos IV, que gustaba poco de tener confesor fijo, solía confesarse con un capuchino, pero raravez el mismo. 564. Quitadas las trabas constitucionales sobre la confe­ sión a seglares, este apostolado ha sido uno de los más prefe- renciales del capuchino moderno y contemporáneo. Frailes verdaderamente santos, pacientes y abnegados, a veces con poca o ninguna aptitud para el púlpito, han pasado granparte de lajornada clavados en el confesonario. Muchos de ellos han sido contemporáneos nuestros: Andrés de Palazuelo y Fernan­ do de Santiago, asesinados ambos en la guerra civil (1936); Leandro de Azúebar (1932); Angel de Fuenterrabía (+1954), 295

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