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Los Capuchinos en la Península Ibérica (Véase el Apéndice II). Nos contentaremos con citar algunos de entre los más famosos, por ejemplo: Juan de Zamora, Car los de Tarancón, Eugenio de Sieteiglesias, Isidoro de Fermo- sella y Joaquín de Portillo. Todos ellos salidos del seminario de Toro. Pero no menor actividad desplegaron los misioneros que vivían en los conventos normales de las provincias. Así por ejemplo, enCastilla, Pablo deMuriel y Fidel de Segovia. 545. Sobre todos ellos, campean dos figuras excepcionales, diversos en temperamento y en escuela oratoria, pero cuya ac tividad prodigiosa y frutos conseguidos en el misionar llenaron la España del último cuarto de siglo: Fray Diego José de Cá diz (+ 1801) y Miguel de Santander (+1831). El beato Diego encarnó la figura tradicional del misionero capuchino español, aferrado a la intransigencia en doctrina y moral, enemigo de innovaciones en ideología y costumbres traidas por la ilustra ción e importadas de Francia. “Orador más popular —escribía Menéndez y Pelayo—, en todos los sentidos de la palabra, no lo hubo, y aun puede decirse que Fr. Diego de Cádiz era todo un hombre del pueblo, así en sus sermones como en sus versos, digno de haber nacido en el siglo XIII y de haber anda do entre los primeros hermanos de San Francisco”. Las obras impresas que de él poseemos —panegíricos, honras fúnebres, sermones de circunstancias— no corresponden a su fama de orador ni a los efectos deslumbrantes de su predicación. Su estilo literario es sencillo, correcto y digno, aunque algo difuso, reflejo de su palabra hablada. El juicio negativodeMe néndez y Pelayo se debe más bien a falta de conocimiento de sus escritos. Estos impresos no son ni sombra de lo que predicaba ni de cómo lo predicaba y fueron escritos después de predicados por imposición de su director espiritual. El mismo Bto. Diego confiesa su inhabilidad para componer ser mones. De todas formas, tanto su palabra como sus escritos se dirigían exclusivamente a la instrucción y formación de las conciencias, a corregir los vicios y reformar las costumbres, a fomentar la piedad sencilla y lasvirtudes cristianas. La “sua ve y amorosa predicación” del Bto. Diego seguía en todo las normas de las Constituciones de la Orden. De tal modo era 284
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