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Los Capuchinos en laPenínsula Ibérica mones cuaresmales le ponen entre las primeras figuras orato rias de la segunda mitad del siglo XVIII. En Castilla, Fidel de Alcabón, que sufrió el destierro en 1767 por la santa libertad de su predicación, Leoncio de Villaodrid, Luis de Medina del Campo, Juan de Ciudad Rodrigo, Mariano de Pamplona, Mariano de Madrid, todos ellos fallecidos ya en el siglo XIX, y Fermín de Alcaraz, futuro obispo de Cuenca (+ 1855). Excelentes predicadores de Su Majestad fueron Francisco de Madrid (+1817), Fidel de Pinera (+1817), Daniel de Man- zaneda (+1820), Francisco de Solchaga (+ 1823), Mariano de Navaral (+ 1830) y Lino de Cantalapiedra (+ 1856). 542. La auténtica predicación capuchina volvió a brillar en el apostolado tradicional de las cuaresmas y misiones po pulares. La predicación en Adviento y Cuaresma tenía lugar todos los domingos y dos o tres veces a la semana; a veces, en cuaresma, todos los días. En Semana Santa había pueblos en los que se predicaba diariamente, o días señalados en que se hacía también dos o tres veces. En esta segunda mitad del siglo las misiones se tenían ya preferentemente en cuaresma; su duración iba de 8 a 15 días, más frecuente éste. El Cere monial seráfico de Castilla de 1774, recogiendo sin duda la tradición, fija este rito en la predicación de los sermones: al subir al púlpito el predicador se ponía el capucho, y con las manos en las mangas esperaba a que se sentara el público; luego se descubría y pronunciaba la clásica salutación: “Sea bendito y alabado el Santísimo Sacramento...” ; a continuación se persignaba y proponía el texto bíblico, y comenzaba el exordio; concluido rezaba de rodillas el “Ave María” ; en pie de nuevo, se calaba el capucho, volvía a meter las manos en las mangas, y repetía el texto sagrado; quitado de nuevo el capucho, proseguía el sermón uoración sagrada. 543. Las tandas de misioneros, procedentes de los semina rios de misiones o de los conventos ordinarios, recorrieron con más frecuencia que nunca la geografía española. Del con vento de Huesca dos religiosos, por espacio de treinta años, re- corieron la diócesis con grandísimo fruto; Madrid tenía misio- 282
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