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Los Capuchinos en laPenínsula Ibérica no asisten a la iglesia y viven en la mayor ignorancia. Este mi nisterio, de indudable oportunidad y eficacia, fue ejercido, entre otros por los ya citados Luis de Ocaña e Isidoro de Sevilla, y lo serámás tarde por el B. Diego J. de Cádiz. 536. El varapalo del Fray Gerundio de Campazas acabó de forma ruidosa e instantánea con la predicación culterana y conceptista, pero no fue él quien operó la reforma de la oratoria sagrada. El retorno a la sencillez y al contenido de sólida doctrina presentada en forma digna era una necesidad imperiosa ya urgida anteriormente por prelados y por simples predicadores. Ya en 1745 el provincial de Castilla, Jerónimo de Salamanca, denunciaba la ridiculez del uso del pañuelo que tremolaba fray Gerundio en sus predicaciones: “El sacar en el pulpito un capuchino pañuelo blanco no se hace por ne cesidad prudente, sino por vanidad y ventolera indigna... Lo advierten, lo admiran y aun lo censuran los seglares y a los religiosos es materia de murmuración y escándalo”. Y otro provincial, Fidel de Tortuera, en 1759 y probablemente sin haber leido el libro del P. Islapublicado el año anterior, ponía en guardia asus predicadores contra lapredicación enigmática, de fábulas y mitologías: “En todo sermón, sea panegírico, sea moral, expliquen en la salutación un tiempo de doctrina, o sea de doctrina toda laoración, y seade modo que todos los oyentes puedan entenderla” . Y ordenaba a los misioneros: “Exhortamos que cuando sehallenenel convento, seapliquen con todo cuidado al estudio de la teología moral, porque se revuelven mucho las piscinas de las conciencias en lasmisiones, y es menester mucha ciencia y gran tino mental para limpiar las, sosegarlas y dar reglas paraevitar enadelante los deslices”. 537. Los capuchinos, como las otras Ordenes religiosas, se sintieron profundamente humillados y ofendidos por la sátira del P. Isla, pero encajaron el golpe. Incluso un capuchino, Francisco de Ajofrín, defendió laoportunidad del libro, mien tras que otro, de lamisma provincia de Castilla, Matías deMar- quina, lo atacó repetidamente por sus irreverencias especial mente de la Sagrada Escritura. Pero no fueron los capuchinos 278
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