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Los Capuchinos en la Península Ibérica con el ejercicio del vía crucis, la espectacular procesión final, en la que uno de los misioneros llevaba a cuestas una pesada cruz, a veces también coronado de espinas y con una soga al cuello, seguido de otros penitentes portadores de cruces o de otros instrumentos de penitencia. Los pueblos quedaban conmovidos (no hay que olvidar el gusto español por la supers­ tición y el misterio) y, a veces, también cambiados. Hemos de hacer notar, sin embargo, que estos ejercicios penitenciales y procesionales nada tenían que ver con la pompa, mundanei- dad e irreverencia de los actos públicos de semana santa de­ nunciados y corregidos por numerosos prelados españoles, especialmente durante el siglo XVIII. 529. Un centro especializado para esta clase de misiones existía en Valladolid, ya desde 1675, y también en Salamanca, de donde salían los misioneros apostólicos para misionar toda Castilla. Descollaron por su celo y éxito Angel de Madrid, José de Valderas, Manuel de Vitoria, Félix de Alamín, Miguel de Valladolid y Rafael de Pinto. En otras provincias, fueron célebres José de Carabantes (+1694) quien, a su vuelta de las misiones entre los indios de Venezuela, con otros 12 religiosos evangelizó las diócesis deMálaga, y sólo en ladiócesis deOren­ se llevó a cabo 62 misiones; Pablo de Cádiz, muerto el mismo año, apóstol infatigable de Andalucía. 530. También en la Corte fue requerida la presencia del predicador capuchino, nombrándosele predicador de Su Ma­ jestad, no tanto por las dotes excepcionales como por el celo y sinceridad de su palabra. A Miguel de Lima, de oratoria amablemente florida y viva sin dejar de ser grave y evangé­ lica, no sólo le escogió como predicador Carlos II, sino que el mismo emperador Leopoldo lo llamó a Viena donde predicó hasta 18 sermones. Otro predicador de Carlos II fue Bernar- dino de Madrid, de oratoria más reposada y llena de piadosa unción, reflejo de sudevoción y virtud; en su cargo se condujo -al decir de su biógrafo- con el mayor desinterés y santa libertad, predicando al rey y a su corte la verdad evangélica desnuda y sin lisonja. Le había precedido en la nómina José de 274

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