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Los Capuchinos en la Península Ibérica tían, la misa votiva de la Inmaculada en forma solemne (con incienso, paz y dos acólitos); asistía toda la comunidad y en ella comulgaban los coristas y los hermanos legos. Asimismo se hizo general el canto de la Salve y de los Gozos cada sába­ do ante el altar de la Purísima, al que se dirigían los religio­ sos procesionalmente. Los predicadores iniciaban invariable­ mente el sermón con el saludo, introducido por Francisco de Sevilla (+ 1617): Bendito y alabado sea el Santísimo Sacra­ mento del altar y laPurísima Virgen María, concebida sin man­ cha de pecado original. Era el mismo que cada religioso debía decir al entrar en una dependencia u oficina donde hubiera otros religiosos. La afirmación y defensa de la tesis francisca­ na aparecía aun en las letrillas piadosas que presidían las de­ pendencias conventuales, glosando el saludo popular: Ave María Purísima - Sin pecado concebida. No había sitio que es­ capara a ese afán ingenioso. Veamos algunos ejemplos. En la puerta del convento: Poco cristiano sería el que a esta puerta llegara y por vergüenza dejara de decir: A ve María. Y menos aquel que, oyendo esta palabra de vida, no respondiera diciendo: Sin pecado concebida. En la puerta de la cocina: Siendo María excluida de aquel bocado fatal, nadie busque aquí comida sin decir que es concebida sin pecado original. En la sastrería: Ninguno ropa aquí pida si no confiesa sincero que nuestra Madre querida fue de lagracia vestida en el instante primero. En la zapatería: Nadie aquí pida sandalias para calzarse los pies sin decir que holló María la cabeza de Luzbel con la planta inmaculada que aquél no pudo morder. 298. Hubo celosos apóstoles de la Inmaculada. El más notable fue Justo de Valencia (+ 1750), que instituyó gran 176

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