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Los Capuchinos en la Península Ibérica 245. Mayor desasosiego creó la moda del chocolate , que llegó a hacerse imprescindible en la sociedad del siglo XVIII. De tal manera se fue introduciendo en los conventos, que en algunas provincias se lo consideró como un derecho de los predicadores y aun de todo sacerdote, debiendo autorizar los superiores a procurárselo como retribución de los sermo­ nes a título personal y mediante la aplicación de misas a in­ tención de los bienhechores. Ello originó notables infraccio­ nes del voto de pobreza y, sobre todo, una odiosa desigualdad en las comunidades. Las ordenaciones capitulares de Cataluña hacen mención del abuso del xocolate desde los comienzos del siglo XVIII. La provincia de Navarra permitía el uso del chocolate sólo después de doce años de profesión; pero más tarde lo concedió a los exprovinciales, definidores y exdefini- dores, a cambio de misas celebradas; en 1763 al gallofista se le asignaban seis libras de chocolate como recompensa por su trabajo... Pero en 1792, para poner fin al sistema de pro­ curárselo mediante misas (cuatro cada semana) y a la discri­ minación que se creaba entre los religiosos, se decidió hacer una consulta al beato Diego José de Cádiz. Su intención era proponer al capítulo que a los religiosos se les diera cuanto necesitasen de tabaco, chocolate, etc, según la necesidad de cada uno, y poner desayuno a todos los religiosos sin distin­ ción. La respuesta del beato, fechada el 27 de septiembre de 1792, es modelo de mesura y buen sentido: el chocolate no es cosa tan “ preciosa” , que sea incompatible con la pobreza capuchina, porque se ha hecho ya tan usual y tan común, que aun los pobres lo usan frecuentemente; “ puedo asegurar que la costumbre del chocolate es universal en las cinco provincias que he andado, de las seis que tenemos en España, y que se usa en los conventos más observantes, y por religio­ sos de ciencia y virtud... Cuanto a la necesidad del religioso para tomarlo, se ha de medir por la caridad y por la pruden­ cia; una u otra parece que dicta que no se niegue al religioso algún alivio por la mañana supuesto el rigor de nuestra vida capuchina y el trabajo respectivo de cada individuo. Parece también que no es muy fácil se encuentre otro desayuno me­ nos costoso que un pozuelo de chocolate. Esta necesidad 150

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