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Los Capuchinos en ¡a Península Ibérica 241. Era norma intangible acostarse con el hábito y de ella no se eximían ni los enfermos en trance de muerte, no obstan­ te la oposición de los médicos. En 1679 Juan Bta. Manzaneda publicaba en Córdoba un Discurso medicional y cuestión mo­ ral sobre el uso y costumbre que observan los padres capuchi­ nos de no quitarse el hábito de raíz de las carnes en sus graves y agudas enfermedades, aunque por ello peligren. Le respondió incontinenti, en defensa de esta práctica, el Padre Luis de Antequera con una curiosa Apología del capuchino enfermo, y poco después, desde Roma, el procurador general de la Orden con su Responsorium contra Discursum medicinalem , al que replicó rápidamente Manzaneda con otro impreso. 242. La vida de penitencia, según la mentalidad de enton­ ces, no entrañaba el sentido evangélico y franciscano de impul­ so de conversión, sino el de maceración corporal o, a lo más, de reparación pública por las negligencias externas. Tal era la finalidad del capitulo de culpas, que se tenía para todos los religiosos los lunes, miércoles y viernes, y para los nuevos todos los días hasta cumplir los cuatro o cinco años de hábito. “ Esta acción —enseñaba a los novicios Pedro de Aliaga—es de gran merecimiento al religioso y de grande confusión al demo­ nio. Y si acaso el prelado, en el cual se ha de considerar a Dios, le exagerare los defectos más de lo que son, o le atribuyere lo malo que no ha hecho, o le reprendiere lo bueno que ha obrado, entienda que le conviene así para el aprovechamiento espiritual de su alma” . Estaba prohibido responder al superior o excusarse por la reprensión. 243. Con el tiempo la inventiva de los responsables fue am­ pliando la lista de las penitencias que se hacían en público re­ fectorio, a cargo generalmente de los jóvenes, y que se hallan descritas con detención morbosa en los manuales: rezo de algu­ nas oraciones con los brazos en cruz, disciplina en la espalda, besar los pies, arrastrar la lengua por el suelo, dejarse pisar la boca, permanecer de rodillas con una piedra al cuello, con los trozos del cacharro roto, con la mordaza en la boca o con las antiparras de trapo en los ojos, acostarse sobre una manta, 148

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