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Vida Religiosa y Espiritualidad vilegios y exenciones, con los resultados que se deja adivinar en la convivencia fraterna. Además de los reconocidos a los superiores mayores actuales o cesantes, tenían exenciones los lectores y los predicadores; éstos estaban exentos de la asistencia al coro durante un mes si se preparaban para predi­ car una cuaresma, una misión o novena, y tenían derecho, en Castilla, a cierto número de libras de chocolate para que les sirviese de particular alivio. 227. No parece existiera la recreación diaria en común, y raras veces se dispensaba el silencio a la mesa. En cambio, todo hace suponer que no era muy riguroso el silencio durante el día, al menos para los religiosos “antiguos” . Existían los recreos extraordinarios tres o cuatro veces al año, en especial como preparación para la cuaresma. En tales ocasiones, termi­ nada la cena y rezada la Indulgencia, se congregaba la comuni­ dad a toque de teja en el refectorio o, si hacía frío, en el ca­ lentador, y allí se daba rienda suelta a la espontaneidad y a la ingeniosidad de cada cual. Pero todo había de ser “ honesto y santo” ; por lo que estaban prohibidos “ los juegos seglares, los de muchachos, por no ser convenientes a hombres con barbas, como gritar, saltar, correr y darse golpes por burla unos a otros; también los juegos femeniles, como bailar y otros se­ mejantes...” ; asimismo el juego de dados y naipes. En cambio se permitían los “ deportes” de los estudiantes; pero debían cuidar los lectores de que en ellos “ no se disuelva la armonía del espíritu y suelten todas las pasiones, que en los jóvenes se desatan con facilidad; tales juegos son la bufonería, la re­ presentación en materia profana, el juego de la pelota y seme­ jantes, en que se pierde toda la compostura religiosa y desdicen de un hombre amortajado y de una vida penitente, a quien más pertenece el llorar que el recrears (¿"{Ceremonial de Valencia). 228. Entre los lugares de encuentro de los religiosos era quizá el más típico la sala llamada calentador o calefactorio. De él se ocupan todos los manuales de costumbres. Mateo de Anguiano lo justifica en estos términos: 143

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