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Los Capuchinos en la Península Ibérica 215. Una huerta, completada a veces por un bosque, con tribuía al aislamiento del ambiente y porporcionaba espar cimiento a los religiosos así como las hortalizas necesarias. Al exterior, a algunos metros de la entrada, una austera cruz de madera denotaba el cenobio capuchino. 216. Al aumentar el número de frailes hubo que agrandar los conventos, algunos de los cuales llegaron a contar, en el siglo XVIII, por encima del centenar de celdas; así los de San Antonio de Madrid, Sevilla, Pamplona, Santa Matrona de Bar celona, Zaragoza... 217. Para excitar la piedad de los religiosos había en los conventos profusión de imágenes y pinturas, retratos de capu chinos insignes que recordaban las glorias de la Orden, décimas y quintillas piadosas, sentencias morales...; y en la huerta, er mitas o capillas que invitaban a la oración. Pero, dato signifi cativo, en los orígenes de la reforma la finalidad de esos am bientes retirados era ofrecer a los hermanos la oportunidad de darse a la contemplación personal, y todavía Mateo de An- guiano insiste, en su Disciplina regularis, en ese mismo objeto de tal “ costumbre antiquísima” ; mientras que, en el siglo XVIII, la finalidad es otra: servir “ para edificación y ejemplo a los que entren en la huerta” . b) La jornada conventual. 218. La jornada al interior del convento daba comienzo a las doce de la noche.con el rezo de Maitines y Laudes, al que, en el siglo XVII, seguía una hora de oración mental desde el 8 de septiembre hasta Pascua, con arreglo a las Constituciones (el resto del año se tenía después de Sexta o de Nona, según fuera o no día de ayuno). Más tarde, en general, esta-medita ción, llamada del apelde, se hacía por la mañana, a las cinco, precedida del rezo de las Letanías de los Santos. Seguían las Horas de Prima y Tercia; a las ocho Sexta y Nona y, a conti nuación, la Misa conventual. Pero en este horario de la mañana 138
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