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Vida Religiosa y Espiritualidad en una coyuntura tan crítica como la que la Orden estaba atra­ vesando, no bastaba seguir inculcando una y otra vez la obser­ vancia regular, sino que había que poner en marcha un fermen­ to renovador que hiciera revivir los valores esenciales de fondo y comprometiera seriamente a los mejores religiosos. Se hizo promotor, a partir de 1760, siendo definidor general, de la creación de conventos de retiro , llamados también de perfecta vida común. En España esa idea cuajó en los denominados colegios de misioneros, que tenían una doble finalidad: agru­ par a los religiosos deseosos de mayor vida de oración y de observancia, y fomentar la predicación de misiones populares. El Padre Colindres los dejó fundados en casi todas las provin­ cias españolas: en 1764 el de Sanlúcar en Andalucía y el de Monóvar en Valencia, en 1765 el de Toro en Castilla, algo más tarde el de Borja en Aragón; y en 1772 el de Tudela en Navarra, que no cuajó de momento, y en 1797 se crearían los de Lerín y Vera en Navarra. En el plan del Padre Colin­ dres, de esos colegios de misioneros debía irradiar a las de­ más comunidades de cada provincia un renovado fervor de más pura observancia y de servicio ministerial a la Iglesia, jun­ to con una preparación más esmerada de los predicadores. Un ejemplo de esa irradiación fue la implantación de la per­ fecta vida común, no sin resistencia por parte de los religio­ sos, en el convento de El Pardo según el modelo del semi­ nario de Toro. El colegio de misioneros de La Habana, fundado en 1786, tenía la misma finalidad, con miras princi­ palmente a renovar la vida y el apostolado de los misioneros de ultramar. 207. Cuando el sistema de los colegios comenzaba a dar sus frutos, palpables en una positiva renovación de la predica­ ción, sobrevinieron una tras otra las causas externas que pre­ cipitarían la ruina de las provincias: primero la acción regalis- ta de la Comisión de Reforma, que culminaría en la bula Inter graviores (1804), dislocándolas del centro de la Orden; después, la supresión napoleónica (1809) y, por fin, la supre­ sión liberal absoluta (1836). 131

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