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Vida Religiosa y Espiritualidad mente el sentimiento religioso y aun estético de la sociedad de entonces. Lo expresaba en 1635 el jesuíta Sebastián Gonzá­ lez, con su deje de gacetillero colorista: “A mí ningún hermano me ha edificado más que ver por las calles a un capuchino, los ojos en el suelo, el capucho calado hasta la boca, pisando sumisma barba”. Lo propio cabe decir de la aparición de los capuchinos por tierras de Andalucía, donde al punto se granjearon fama de austeridad y de gran perfección. También allí iban sin sanda­ lias; y si alguno se veía obligado a usarlas con motivo justifica­ do, tenía prohibido salir a la calle si no era en compañía de otro que fuera totalmente descalzo. 192. Y también en Castilla y Andalucía se fue caminando hacia el justo medio, no quizá del gusto de todos, pero bien acogidos por los religiosos de buen sentido, que hubieran sus­ crito sin reservas las observaciones del cronista Agustín de Granada: “De estos buenos principios resultó un medio y templanza en los rigores después, que no ahoga a los flacos ni da licencia y mano a los descuidados y perezosos; con que se conserva has­ ta hoy en aquella provincia (Castilla) un medio de perfección re­ ligiosa, viril y prudente, y resplandece principalmente en la educa­ ción de los nuevos”. Cabe preguntarse: ¿en qué grado se dejó sentir la impron­ ta italiana en la espiritualidad interna de ese primer período? Todos ios que iniciaron la presencia capuchina en Cataluña, Valencia y Aragón, aunque españoles en su mayoría, habían tomado el hábito en alguna de las provincias de Italia y allí habían realizado su primera experiencia como capuchinos, al­ gunos durante muchos años. Por otra parte, hombres como Serafín de Polizzi, que gobernó la provincia de Valencia de 1605 a 1613 y la custodia de Castilla hasta 1617, e Iluminado de Messina, que le sucedió como comisario general en Castilla, 125

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