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CA PU CH INO S DE LA RESTAURACIÓN DE LA PROVINCIA límites. Afable en su trato, ameno en su conversación, cuantos le hablaban por primera vez quedaban cautivados de su cultura y encan­ tados de su amabilidad y sencillez de trato que eran notas sobresalien­ tes de su carácter. Tal vez la siguiente anécdota revele mejor que nada su carácter bondadoso y su amor sin medida hacia los demás. En la Semana Santa de 1913 fue a predicar a Sevilla un capuchino de la Provincia de Valencia. Aquel día era Viernes Santo y el religioso valenciano tenía que predicar el Sermón de las Siete Palabras en la iglesia del Oratorio de los Padres Filipenses. Conocedor de ello el P. Ambrosio (que ya se encontraba enfermo) mandó llamar a un Padre del Oratorio de san Felipe Neri. Con su gracejo especial y rebosando sus palabras la caridad sublime que llenaba su corazón, el P. Ambrosio dijo al religioso de san Felipe: “Este Padre va a predicar en su iglesia las Siete Palabras con sólo una taza de café en el cuerpo. Al cuidado y a la caridad de Vd. lo recomiendo. Espero que le prepararán una buena comida de vigilia para cuando termine el Sermón, y el demás alivio y descanso que necesite”. El P. Filipense quedó muy complacido y admirado de la confianza del P. Ambrosio y el capuchino valenciano no sabrá qué decir ni cómo agradecer la delicadeza sin medida del P. Valencina. Una anécdota que habla bien a las claras de la grandeza de su corazón y de aquella ilimitada caridad con que Dios quiso enriquecerlo, virtud que, desde niño, fue creciendo en él con su fiel correspondencia a la gracia divina. En la Orden Capuchina se distinguió por su amor a todas las virtudes seráficas, destacando su extrema pobreza, su obe­ diencia heroica, su sublime humildad, su alegría franciscana y su co­ tidiana sencillez con la que sabía adornar todos sus actos. Fue un religioso eminentemente austero, penitente y disciplinado. Tras la restauración de las órdenes religiosas en España, después de la desamortización, todo el interés en la vida religiosa se centraba en instaurar la primitiva observancia regular. De ahí que la vida discipli

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