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1E" CEN TEN ARIO DE LA RESTAU RACIÓN DE LA PROV IN C IA C A PU CH IN A DE AN D ALU CÍA (1 8 9 8 - 1 9 9 9 ) Gerundio de Campazas, ha llenado nuestros púlpitos, que sólo excita la imaginación pero que jamás llega al corazón, él hablaba evangelio puro, la verdad cristiana sin más adornos y artificio que la sencillez en la expresión, la naturalidad en el decir y la corrección en el hablar; cualidades que no daban a su lenguaje un tono vano y altisonante, sino sencillo y evangélico que llegaba al corazón. Su palabra cálida caía en sus oyentes como lluvia que fecunda la tierra. El P. Valencina siempre hizo honor a la palabra de Dios con su decir fluido, culto, exquisito y elegante. Preocupado por el buen decir, escribió su célebre obra Retórica elemental. Era un orador de buen gusto. Su palabra galana, fogosa y ardiente, conmovedora y persuasiva, atraía y subyuga ba al auditorio. Numerosas personas de todos los pueblos de España y Andalucía acudían a oír su encendida palabra, porque no es la palabra del hombre sino la palabra de Dios la que los pueblos necesitan y el P. Ambrosio sabía hacer llegar a sus oyentes, con transparencia cristiana, como dice Pablo, el mensaje de Dios y la palabra de la verdad, que sembrada en el corazón del hombre es capaz de salvarle. Era la suya una palabra cálida, vibrante, tierna y llena de la unción de Dios. La dirección de conciencia fue otro amplio campo de su dilatado apostolado sacerdotal. Muchas personas vieron en él al Director santo, sabio y prudente. En el ministerio del confesionario sabe aplicar a cada penitente la medicina adecuada, llevando el consuelo al corazón afligido, la paz y el consuelo a las conciencias atormentadas, aliento y esperanza al abatido, ayudando a todos, con sus sabios consejos, a llevar una vida de buenas relaciones con Dios y con el prójimo. El secreto estaba en la escuela ascética en que se formó: la de san Fran cisco de Asís, la de san Francisco de Sales, a quien admiraba, la del P. Faber, cuyos escritos profundamente conocía. No había en su trato con los dirigidos nada de afectaciones piadosas, ni de asperezas o mal humor. Supo hacer suyas las palabras de san Felipe Neri: “no me gusta que los confesores hagan demasiado difícil la práctica de la virtud...”. Cuando en 1901 publicó el libro El Director perfecto y el dirigido santo, que recoge la correspondencia entre el V. P. FranciscoJavier González O
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