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1 “ CEN TEN ARIO DE LA RESTAURACIÓN DE LA PROV IN C IA C A PU CH IN A DE AN D ALU CÍA ( 1 8 9 8 - 1 9 9 9 ) VOCACIÓN Y VIDA RELIGIOSA Sucedió en la Semana Santa de 1878 cuando el llanto de la saeta surca los cielos azules de Sevilla y la pasión echa a andar con sus pasos, sus Cristos y sus Vírgenes por las calles de la ciudad, perfumadas de in­ cienso y azahar, cuando el joven Francisco a sus veinte años aquel Viernes Santo escuchaba atentamente en la catedral sevillana, el Ser­ món de Pasión. Predicaba un célebre misionero capuchino, curtido en misiones populares por tierras de Cuba yVenezuela, compañero de San Antonio Ma. Claret, era el V. P. Esteban de Adoain, restaurador, pocos años antes, de la Orden Capuchina en España tras la desamor­ tización de Mendizábal; su palabra evangélica, cálida fue cayendo, suavemente, en la tierra buena del corazón del joven Francisco, la figura austera y esbelta, de barbas blancas, del P. Esteban impresiona­ ron fuertemente a aquel joven que, terminado el sermón, fue en busca del religioso para exponerle su deseo de hacerse capuchino como él. En 1879, el 15 de octubre, festividad de Santa Teresa de Jesús, vestía el hábito capuchino en el convento de Sanlúcar de Barrameda, cam­ biando su nombre de Francisco por el de Ambrosio. Al finalizar el año de noviciado emitía su profesión simple en manos del P. Esteban de Adoain el 24 de octubre de 1880, comenzando seguidamente los es­ tudios filosófico-teológicos en el convento de Pamplona. En la austeridad de la vida religioso-capuchina, Fr. Ambrosio, encon­ traría el camino para encauzar sus inquietudes y aspiraciones religio­ sas: “ como pájaro sin nido andaba yo, como tórtola solitaria y errante en los bosques de la vida... y este pajarillo encontró morada y esta tórtola sitio donde colocar su nido...: tus altares, oh Señor de las Virtudes, el claustro de la religión seráfica... ¡Bienaventurados los que moran en tu casa; ellos te alaba­ rán por los siglos" (Soliloquios , p. 155). También en el claustro constató cómo tiene entrada la serpiente maldita y cómo se levantan las pasio­ nes y hay que luchar, pero pronto aprendió a despreciar glorias huma­ nas porque “ desde niño me enseñaron a guardar libre el corazón de todo cautiverio, y aunque él quiso algunas veces perder su libertad... jamás tu O

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