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CA PU CH INO S DE LA RESTAURACIÓN DE LA PROVINCIA es que desde su infancia tuviera ya los pies de cera virgen como tantos santos de escayola que adornan las hornacinas de nuestros dorados altares, sino de pura arcilla, arcilla sevillana, símbolo de la fragilidad de varón santo con que orlaría la gran empresa que fue su vida. El nombre de Francisco que le impusieron en el bautismo, sería todo un símbolo de fiel hijo y seguidor del serafín de Asís. Sus padres fueron Manuel Marín y Gabriela Morgado. Eran eminentemente religiosos, amantes de la fe y piedad de sus mayores, virtudes que pudieron infundir en su hijo Francisco, a quien Dios había regalado el precioso don de un corazón noble. Ya desde niño -contaba su madre la tía Gabriela- reunía a sus compañeros de juego y con gran aplomo y serenidad les predicaba trozos que había aprendido de memoria de sus libros de devoción. Aprendió sus primeras letras y recibió las primeras lecciones de huma nidades de mano de los sacerdotes Fernando Díaz yJosé Pavón, cuyos sermones imitaba ya a sus diez años, y que, como verdaderos apósto les, cuidaron con esmero los primeros indicios de la vocación religiosa del joven Francisco, quien destacaba ya en su juventud por una fina delicadeza y exquisita sensibilidad y ternura, preludios del amor que inflamaría toda su vida religiosa. Algún designio tiene Dios sobre este joven valencinero al que, desde pequeño, mima y sobre el que derrama abundantemente sus dones. Los días de su infancia y juventud pasarían entre la vida virtuosa y familiar del hogar, los juegos de niño, el aprendizaje de las primeras letras, la vida piadosa en la parroquia, los trabajos del campo entre sementeras y olivares... Todo este entorno natural iría llenando y dan do sentido a aquellos primeros años de la vida, llena de ilusiones, de nuestro Francisco Marín Morgado.
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