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HISTORIA DE LOS CONVENTOS CAPUCHINOS Mientras los demás huían, se daba dentro del convento un caso que retrata de cuerpo entero a sus protagonistas. Apasionado de los libros un estudiante por aquellos entonces, padre graduado hoy, por la cir­ cunstancia de tener que sacar los libros se abrió la biblioteca a su enorme curiosidad bibliográfica, y tan se enfrascó en la lectura de uno, que la gente entraba ya por la puerta de los carros, a escasos metros de la biblioteca, sin que Fray Andrés se diera cuenta. Le dio la voz de alarma el cocinero Fray Diego de Calera, que con una sangre fría digna de mejor causa, esperó el momento cumbre del asalto para dejar el convento. Enamorado mi hombre de sus bien cuidadas mace­ tas, las prefirió a todo lo demás que pudiera llevarse, y en el imposible de arramblar con todas, optó por una de claveles y otra de mimos, verdaderas maravillas de jardinería. Con una en cada brazo iba, diciéndole a Fray Andrés: Lo que es éstas, no se las llevan. Un episodio de la más profunda caridad fu e el que tuvo por protago­ nistas al P. Pedro de Málaga y al Hermano Benito de Tabernas. Era el caso de Fray Rafael de Paradas, hermano de más de ochenta años y paralítico del todo, que en lo físico era una bola de algodón en rama, y en lo moral una de las más finas encamaciones del primitivo espíritu franciscano. Para todas las fiestas conventuales escribía unos versos tan llenos de piedad como faltas de rima, arrancándole siempre su pública lectura en el refectorio sencillas y abundantes lágrimas. Cuando todos huíamos, ellos se encargaron de sacar a Rafalito como lo llamábamos, y al no poder Untarlo más allá de un banco de la huerta, allí se quedaron con él esperando lo que Dios quisiera. Inva­ dido ya el convento le buscaron un borriquillo, y en él se lo llevaron al asilo. Tipo curioso si los hay era este Fray Benito de ' Tabernas. Cocinero allá por sus años mozos en una provincia capuchina francesa, ya viejo, fervoroso y muy rezador, hablaba para nuestro regocijo un mal caste­ llano, y algunas veces para nuestro castigo cocinaba a la francesa. Inclinado a lo misterioso, presumía de espantador de tormentas al conjuro de una pequeña imagen de su devoción: un Niño Jesús para 0

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