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1 “ CENTENARIO DE LA RESTAURACIÓN DE LA PROVINCIA CAPUCHINA DE ANDALUCÍA ( 1 898- 1 999) la anchura de nuestros pies, por lo que hubimos de contentamos con los que nos venían bien de largos; no faltando pies de veinte años para los que no fu e posible encontrar zapato en todo Sanlúcar, por desbordar todos los números prefabricados. Aunque el padre guardián nos autorizó para aseglaramos del todo, y rápidamente cayeron las barbas, dejamos el rapado del cerquillo para última hora, por ser cosa más difícil de recobrar en el caso de que no pasara nada, y si te digo mi verdad, por cierta vanidosa presun­ ción. Decía un viejo refrán, que todo el mundo tiene su idolillo, y los frailes, el cerquillo. Nuestros temores no pudieron contenemos la risa cuando nos vimos desbarbados en el primer acto de comunidad que siguió al afeitado: Sexta y Nona. Acabadas las Vísperas el padre Guardián nos dio a todos cinco duros que llamaron grandemente nuestra atención por no haberlos tenido nunca. Todavía tuvimos tiempo aquella tarde para emplearnos en varias tareas preventivas, para el caso de que la plebe sanluqueña se sintiera revolucionaria a la manera cobarde de meterse con frailes y monjas, pues hasta entonces todo había sido un por si acaso. Por lo pronto siguieron los padres en la tarea de buscar trajes de seglar para los que no habían conseguido por la mañana. Supo el P. Marcelo que las monjas salesas de Méjico clavaron en las puertas de entrada a sus conventos una copia del “Magníficat”, durante la época revoluciona­ ria, como santo remedio para cerrarlas al asalto de malos invasores, y mandó ponerlo en las nuestras. También dispuso el ir sacrificando el gallinero, y comenzó el desplume de la primera tanda, para la cena de aquella noche, que después los asaltantes encontraron ya guisadas, siendo motivo de que el alivio de un día lo tomaran como regalo de todos, en maliciosos comentarios como este: ¡La vida que se daban los gachones! Otra tarea fu e la de sacar los mejores libros de la biblioteca que nuestro buenísimo médico el doctor Tarrio se iba llevando a su casa en un pequeño coche de su propiedad. Por secretas aficiones los estudiantes

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