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1“ CEN TEN ARIO DE LA RESTAURACIÓN DF. LA PRO V IN C IA CA PU CH IN A DE AN D ALU CÍA (1 8 9 8 - 1 9 9 9 ) Hay recuerdos inolvidables de su vida ministerial, como fue el hecho de asistir en la clínica a la muerte del Sr. Barris, asesinado por los sindicalistas, perdonando a sus enemigos, a la voz y mandato del P. Pedro, repitiendo fervorosas jaculatorias y besando el Crucifijo. Ha­ blando de su ministerio -dice el P.Juan Bta. de Ardales en la Circular citada-: “Recuérdese su sencillez evangélica no obrando nunca con dolo y engaño, sino con envidiable sinceridad, su celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas, y su gran piedad en todo lo concer­ niente al culto divino”. José Roca y Ponsa, dirigido suyo, nos dejó escrito sobre el P. Pedro, este precioso testimonio que recoge, admirablemente, todo cuanto venimos diciendo: “Siempre hallé en él al religioso capuchino observante, al hombre de oración, al sacerdote celosísimo y trabajador, al Director amable y prudente, hasta ver prácticamente en la dirección de mi alma una particular asistencia de Dios. Durante mucho tiempo, le vi y oí, siempre hablando de Dios, siempre conforme con su divina voluntad, asomándose con frecuencia en sus ojos lágrimas de amor a Jesús, al Amado de su corazón”. Junto a este talante apostólico, claramente evangélico el P. Pedro imprimió a toda su actividad una impronta netamente franciscana. Esta dimensión característica de la vida religiosa del P. Pedro es am­ pliamente destacada por el P. Juan Bta. de Ardales en la Circular ya repetida. Tras enumerar los cargos ocupados por el P. Pedro, dice: “Sobre todos estos méritos, justísimos e indiscutibles, destácase en el Padre Pedro algo que estimamos superior y más excelente que los car­ gos ejercidos; algo que será siempre su nota característica, y es la de haberle cabido en suerte el tener un alma netamente franciscana, que, con su fidelísima cooperación a la gracia, imprimió a todos los actos de su vida el espíritu franciscano y la santidad seráfica.