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dijo el varón humilde que aquel estudiante sabía más que él; valiéndose después de otro medio excusado, se fué y dejó el cargo a los otros examinadores. Entonces dijo el Señor Obis­ po que la demostración que había hecho aquel Padre 110 era efecto de ignorancia, sino de humildad, pues que él tenía bien conocida su ciencia por algunas dificultades que le había de­ clarado de mucha importancia. Otra prueba de ,1a humildad de este siervo de Dios, fué el ocuparse en trabajar la huerta, según se vió en nuestro convento de Ceret, donde enseñó este trabajo a cierto religioso lego cavando junto con él. Más aunque él se humillase tanto y desease ser despreciado de todos, no le faltaba espíritu y constancia para impedir las ofensas de Dios y componer riñas y discordias, de lo cual te­ nemos un ejemplo muy singular en una división grande que hubo entre la villa de Ceret y el Señor de ella. Encendiéronse tanto los dos partidos que llegaron a tomar las armas y for­ marse a manera de dos ejércitos en el puente de la misma vi­ lla, disparándose mutuamente unos contra otros. Eran los de la parte del Señor como dos o trescientos hombres y los de la villa una muchedumbre de vecinos, y animados unos y otros del espíritu que les gobernaba, exponían sus vidas a una lamentable desgracia. Supo este fatal acaecimiento nuestro P. Lorenzo, y lleno de celo y de caridad para el bien de todos, se presentó en medio del puente que era la división de los dos partidos y hablando, clamando y discurriendo de una parte a otra parte, pudo al ñn conseguir que un partido se separase del otro; siendo lo más particular que continuando los de un partido en hacer fuego y dirigiéndose las balas por donde es­ taba el varón santo, ninguna le tocó ni hizo el menor daño, lo que se atribuyó a un milagro de la Divina Providencia. Con semejante celo y caridad compuso también la división que ha­ bía entre dos primos hermanos de un pueblo de Rosellón, lla­ mado Trullas. Vivían éstos tan reñidos y en tanta enemistad, que deseaban y procuraban darse muerte el uno al otro. Eran por otra parte devotos de nuestra Orden y como tales, procu­ ró el Superior de nuestro convento de Perpiñán ponerlos en verdadera amistad, a cuyo fin ordenó al siervo de Dios, que pa— 96 —

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