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dres y ascendientes; dándonos ai mismo tiempo un grave fun damento para presumir que el motivo de pasar a Italia sería por algunos cargos honoríficos que se habrían confiado o a, él o a sus padres. Pero, sea como fuere, lo cierto es que aquí renunció al mundo con toda su nobleza V vistió nuestro po bre hábito capuchino en una de aquellas provincias, que 110 podemos decir cual fuese por 110 hallarlo notado. La vida que llevó aquí siendo ya capuchino, creemos que fué muy perfec ta y muY virtuosa, pues no dudamos que entonces se forma ron los principios y los fundamentos de aquellas eminentes virtudes con que tanto resplandeció en la provincia de Cata luña. En efecto, trasladado ya a esta provincia en los prime ros años de su fundación, siguió tan perfectamente las rígidas observancias que halló establecidas,, que andando el tiempo le confiaron los Prelados el oficio, ya de Presidente, ya de Guar dián de algunos conventos creyendo sin duda que con sus fer vorosos ejemplos promovería la alta perfección que se desea ba en la provincia. Y ciertamente no podía menos que produ cir estos buenos efectos aquella vida austera, ejemplar y vir tuosa, que resplandecía a los ojos de todos. Distinguióse sin gularmente en la humildad, formando tan bajo concepto de sí propio, que se llamaba el Pecador y deseaba que otros le diesen también este nomibre; como en efecto lo consiguió, no sólo entre los religiosos, sino también entre los seglares, quie nes como olvidados de su nombre le llamaban el Padre Peca dor. Fué una vez a visitar al Señor Obispo de Lérida, llamado D. Francisco Virgilio, y quedó este Prelado tan edificado de su conversación, que dijo después: “ ¡Ojalá que muchos peca dores como este hubiese en el mundo!” En otra ocasión, sien do Presidente de nuestro convento de Perpiñán, fué nombra do examinador de los ordenandos por e! Señor Obispo D. Cris tóbal Gallart, y aunque él por su mucha humildad se excusó diciendo que era tan ignorante, que ni gramática sabía, fue ron tales las instancias de aquel buen Prelado, que asTistió a la mesa con los demás examinadores, pero aquí mismo supo hallar medio para el desprecio que tanto deseaba; porque pre sentándose uno de los ordenandos, y dándole a leer, el Misal,, — 95 —
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