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manera su corazón. Aunque él era tan austero y penitente pa­ ra consigo misnío, y tan celoso de la observancia rígida y es­ trecha, cuando se trataba de enfermos, deponía todo r'igor y quería que se tr-'atasen con todo amor y caridad. Representóle una vez un religioso la necesidad de cierta persona seglar, y se movió a tanta compasión que tomando dos colchones de los pocos que había en la enfermería, los dió al religioso pa­ ra que los remitiese a aquella persona necesitada, diciendo que eran más suyos que del convento. Guando el cruel azote de la peste afligió con tanto rigor la ciudad de Barcelona en el año 1589, se hallaba el siervo de Dios Guardián de nuestro convento de Monte Calvario, y tanto él como sus súbditos se movieron a tanta caridad y compasión, que todos se ofrecie­ ron a ser destinados al sevicio de los apestados, sin temer el peligro a que se exponían de perder sus vidas en aquel ser­ vicio. Y cuando el caritativo Prelado se disponía para entrar a la ciudad con alguno de sus súbditos, llegó orden del Su­ perior Mayor, en que le mandaba que él se quedase en el con­ vento y dejase ir a los que estaban señalados, cuya orden y mandato le fué tan sensible, que después dijo a los religiosos que en ninguna otra obediencia había tenido tanta repugnan­ cia. Más aunque esta prohibición no le permitió sacrificarse para la salud de sus prójimos, no dejó por esto de ejercitar su caridad con aquellos religiosos, que sirviendo a los apes­ tados contrajeron el contagio, a los cuales iba el varón santo para confesarles y darles el socorro necesario, entrando pa­ ra ello en la ciudad sin temer el peligro. A más de esto, como algunas personas se hubiesen retirado a las casas de campo o torres vecinas a la ciudad, dispuso el piadoso Prelado que algunos de sus religiosos fuesen a dichas casas para consolar a aquellas afligidas personas y darles los socorros espiritua­ les que necesitaban, cuyo encargo cumplieron aquellos bue­ nos religiosos con tanta piedad y fervor, que aquellas casas parecían unos pequeños conventos. En las capillas o iglesias decían Misa y rezaban el Oficio Divino; en la mesa leían al­ gún libro espiritual y hacían las mortificaciones acostumbra­ das en la semana. Resultando de la caridad de estos V de los

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