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objeto de todos sus pensamientos y el único móvil de todas sus operaciones. Consideraba sin duda cuánto había hecho Dios por amor a los hombres, singularmente en los sacratísi­ mos misterios de Nuestra Redención y absorto en la contem­ plación de tantas finezas, le era preciso dar las más raras de­ mostraciones de aquel celestial fuego en que estaba abrasado. Regularmente después de maitines no dormía sino que se que­ daba en la Iglesia o en el coro haciendo oración y entonces, dando velas a su espíritu, se transportaba a las dichosas mo­ radas de su Divino y Amado Esposo. Unas veces oraba con tal fervor, que su cuerpo se cubría de un sudor tan copioso, que le era preciso enjugarlo. Otras, como si estuviera fuera- de sí, daba saltos delante del Santísimo Sacramento. Otras, cantaba cosas devotas o hacía actos jaculatorios. Otras, en fin, gemía y lloraba con abundancia. Guando celebraba el santo sacrificio de la Misa, gozaba también de este don de lágrimas que el Señor le había con­ cedido derramándolas a veces con tanto exceso, que apenas lo podía resistir, singularmente cuando celebraba Misa de la Pasión del Señor. Y como el varón fervoroso era al mismo tiempo tan humilde y sin que nadie observase su llanto, decía. Misa antes de tocar a prima, llamando muchas veces para que le sirviese a Fray Juan María de Perpiñán, quien mereció ser testigo de aquellas dulces y copiosas lágrimas y darnos .segu­ ro testimonio de ellas. Aun en las conversaciones familiares se hallaba a veces tan transportado en Dios, que había de ha­ cerse fuerza para atender a lo que decía y en alguna ocasión, le era preciso preguntar lo que habían dicho. A todo esto aña­ día un don particular de hablar de Dios y de andar siempre en su divina presencia, con lo cual y con un exterior santo cautivaba las voluntades de todos, de modo que a nadie tra­ taba que no se le aficionase y que no reconociese que el espí­ ritu del Señor moraba en él. Otro efecto riel divino amor era, el desear que todos amasan a Dios y se ocupasen en la con­ sideración de las cosas celestiales, cuyos deseos dirigía singu­ larmente a los novicios, a los cuales ejercitaba a levantar la mente a Dios en todas las criaturas. Hermanos, les decía a ve-, — 6 8 —

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