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to en su lugar. Nuestro P. Lorenzo por afecto de devoción, o por espíritu de pobreza, tomó para sí un hábito viejo y re­ mendado que había llevado el dicho P. José, y aunque éste ha­ bía muerto dé tisis, no dudó vestirse con él y manifestarse igualmente pobre y despreciado. Y Dios Nuestro Señor, se dig­ nó mostrar con un señalado milagro, cuán agradables le eran estos dos siervos suyos. Fué el caso, que yendo un día el P. Lo­ renzo desde el convento de Santa Eulalia de Barcelona, le di­ jeron que cierta mujer devota del monasterio estaba enferma, cuya triste noticia movió a tanta compasión al siervo de Dios, que cortando algunos hilos de aquel pobre hábito que llevaba, los remitió envueltos en un papel a la enferma para que los llevase consigo. Y fueron tan eficaces estas reliquias de la po­ breza, que apenas la mujer se las puso sanó de la grave en­ fermedad que padecía. Es regular que todos atribuirían esta cura milagrosa a la santidad del P. Lorenzo; mas el varón humilde la refundió a la santidad y méritos del P. José de Ro- caberti, el cual había llevado primero aquel hábito milagroso. En otra ocasión, los padres de la provincia confiaron a su celo la fábrica del nuevo convento de Valls, llamado de Nues­ tra Señora de Liado; y queriendo él que la fábrica se estable­ ciera más con actos humildes y pobres que con materiales, no dudaba aplicarse a los oficios más bajos y despreciados. Unas veces se iba a la población en amaneciendo y allí se car­ gaba, ya con maderos, ya con instrumentos para llevar' cal o arena, ya con otras cosas útiles para el edificio; yendo siem­ pre con los pies descalzos aunque el frío fuese riguroso. Otras veces tomaba un carro cargado y lo tiraba sin consentir que los seglares le ayudasen por más que le ofreciesen, como si un acto tan despreciado fuese privativo de él y no de los otros. Y añadiendo a éstos otros actos humildes y pobres, pudo edi­ ficar aquel convento con mucha estrechez y pobr'eza. Entre tales y tan eminentes virtudes no podía faltar la ca­ ridad, siendo reina de todas ellas, pues como dice San Pablo, sin la, caridad, nada aprovecha. En efecto, ar'día el corazón de nuestro P. Lorenzo en tales llamas de caridad y tales incendios de amor a Dios, que se veía ciertamente que éste era el único — 67 —

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