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rrigió a aquel religioso que se lo había procurado sin. su con sentimiento. De aquí podemos inferir cuantas y cuáles serían las mor tificaciones y austeridades con que este varón penitente afligía su cuerpo. Pero lo conoceremos mejor si atendemos a los deseos grandes que tuvo de padecer martirio. Apenas hablaba con los religiosos ya profesos, ya novicios que no fuese del marti rio, exhortando a todos, que deseasen padecer por amor de Dios. Preguntó vina ve¡z a un novicio si deseaba padecer' y ser mártir de Cristo, y como el novicio le contestase que deseaba que el martirio dur'ase mucho tiempo, alegróse tanto el varón fervoroso y tuvo después tanto aprecio de aquel novicio, que cafisaba admiración. Para llevar a efecto esos sus buenos deseos de martirio, pi dió muchas veces licencia a los Provinciales y escribió al re verendísimo Padre General para ir a tierra de infieles, y como estos Prelados nunca quisieron condescender a sus peticiones, procuró compensar' la ejecución del martirio con afligir y atormentar su cuerpo con aquel rigor y austeridad que hemos insinuado. Y para que los novicios viesen confirmada con el ejemplo esta doctrina del padecer, se hacía su compañero en las penitencias y mortificaciones que les imponía. A este espíritu tan heroico de mortificación y penitencia, acompañaban las demás virtudes en un grado no inferior. En tre ellas resplandecía singularmente la virtud de la pobreza,, tan propia de un fraile menor, corno inseparable de la peniten cia y austeridad. Ya sabemos que no conocía el varón santo el uso de las sandalias, ni admitía para su lecho otra como didad sino las simples y duras tablas. El abrigo de su cuerpo se reducía a un simple hábito austero y pobrísimo v en todas las demás cosas de su uso 110 se hallaba sino aquello que cons tituye un estado muy pobre. Los casos que vamos a referir nos darán a conocer con mayor claridad el alto grado 110 sólo de pobreza, sino también de humildad y otras virtudes a que había llegado el siervo de Dios. Murió en nuestro convento de Monte Calvario el devotísimo P. José de Barcelona, de la nobilísima familia de Rocabertí, cuya santa vida hemos escri— 66 —
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