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más inmediata a la puerta; los ratos que le quedaban libres,, los pasaba en la enfermería en el servicio de los enfermos, les exhortaba a la paciencia y solía decirles algunas gracias para su consuelo. En estos ejercicios le cogió la última en­ fermedad que lo trasladó el séptimo día, de esta vida morta* a la eterna. El doctor Azcoydi, médico del convento, que no acertaba a separarse de la cabecera del venerable enfermo, no tanto para observar los síntomas de la enfermedad cuanto por el consuelo y provecho espiritual que percibía en sus pa­ labras y ejemplos, escribe al por menor, las heroicas virtudes que ejercitó en los últimos períodos de su vida, de quien lo tomó Aínsa; diremos lo más principal. Preguntóle el médico en las primeras visitas qué hacía: Señor, le respondió, esta­ ba considerando los innumerables males que en mi vida he hecho contra un Dios tan Santo y tan Bueno, y dijo esto con tales afectos y con tanto espíritu, abriendo mucho sus ojos, puestos en el cielo, y elevando sus manos y brazos, que se conocía bien que sus palabras nacían de lo íntimo del cora­ zón y de una contrición perfecta. Otra vez le preguntó si pensaba en la gloria y en las penas de la otra vida, y le respondió que no pensaba ni en lo uno ni en lo otro, porque había puesto su alma y su cuerpo en manos del Señor para que hiciese de ellos a su voluntad en el tiempo y en la eternidad y aunque no había comenzado a amar a su Dios, tenía tanta confianza en los méritos de Jesu­ cristo, que había perdido todos los temores. Recibió el Sagrado Viático con una devoción extraordina­ ria, y fué tal el júbilo da su espíritu, que no cesaba de dar gracias a Dios y de rogar a todos que le ayudasen a darlas por tan singular beneficio; decía sobre esto, expresiones tan tiernas y elevadas, que movía a todos a los mismos sentimien­ tos. Pidió con grande instancia que le diesen la Santa Unción y rogaba a todos los que iban a visitarle, que pidiesen a Jesu­ cristo le concediese la gracia de recibir el último sacramen­ to con verdadera devoción, disposición para poder juntar mi espíritu (decía levantando los ojos y las manos al cielo),, con el de Jesucristo, con aquel su Espíritu tan grande... tan — 60 —

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