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nec, se conserva la tradición comunicada de padres a hijos, de haber obrado en ella Fr. Francisco, de Daroca, otro mila­ gro semejante, si ya no es el mismo. Oyendo misa el siervo de Dios en la capilla de Nuestra Señora de Clemencia, el ministro que la ayudaba, advirtió que no había vino en la vinajera cuando la daba al sacerdote para preparar el cáliz, acudió a la sacristía y no halló al sacristán: Fr. Francisco que oía la misa, no pudiendo sufrir que espe­ rase el sacerdote y se interrumpiese por más tiempo, el sacri­ ficio, tomó la vinajera y habiendo hecho una breve oración, la entregó al ministro llena de vino. Entre los retratos de los Venerables de la Orden presenta el de Fr. Francisco de Da- roca este milagro como el más célebre de cuantos hizo en su vida. Una niña, nieta de doña Gracia de Arnedo, de quien se hizo mención, padecía una fiebre continua y peligrosa, y sólo «011 bendecirla el siervo de Dios con la señal de la Cruz, que­ dó perfectamente sana. El doctor Juan de Azcoydi. refiere va­ rios sucesos maravillosos que observó en los enfermos que bendijo Fr. Francisco, especialmente en cuatro que visitaba dicho doctor, los cuales sanaron de enfermedades gravísimas de un modo sobrenatural y superior al arte de la Medicina. Esta fama atraía al convento a los dolientes para que les bendijese. Un día le halló el Guardián en la portería echando la bendición a alguno de ellos puestos de rodillas; llevólo muy a mal y después de reprenderle ásperamente en el capítulo, tratándole de hipócrita; bajen, dijo, los enfermos de la enfer­ mería para que los bendiga el sacristán y veremos si los cura. El fin del Prelado era confundirlo con esta burla, pero Dios que quería manifestar la virtud de su siervo, los sanó a todos mediante su bendición, entre ellos un corista subdiácono que estaba tísico, de cuya salud no había la menor esperanza y curó de modo que fué puesto a los estudios. Todo el tiempo que estuvo Fr. Francisco en el convento de Huesca, tuvo a su cargo la portería y alguna vez iba a la ciudad a pedir limosna. Gastaba las mañanas en oír misas desde la capilla de Nuestra Señora de Clemencia, que era la — 59 —

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