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continuó toda la vida, sin que la vejez, los trabajos ni otros motivos le dispensasen de este rigor. Su primer ejercicio fué guardar el ganado de su padre, apacentando al mismo tiempo su alma con la oración y santas meditaciones, rezaba mucho y casi siempre le veían con el rosario en las manos. Del pan que le daban para su sustento, hacía partícipes a los pobres, ejercitando a un mismo tiempo la limosna y la abstinencia. ATo pocas veces, tomaba aigvín cordero o cabrito del ganado que guardaba y llevándolo sobre sus hombros al convento de San Francisco, de Daroca, lo daba a los religiosos, cosa que sus padres llevaban a bien por verlo tan aprovechado en la piedad y caridad que le habían enseñado. Estando en estos ejercicios, oyó hablar del famoso Santua­ rio de Nuestra Señora de Montserrate y de la vida penitente y austera que hacían en aquella soledad algunos varones vir­ tuosos, lejos de las vanidades y peligros del mundo. Con el deseo de imitarlos y de entregarse todo al servicio de Dios y de su Santísima Madre, resolvió irse allá como lo ejecutó, tomando primero la bendición de sus padres. Rogó a los mon­ jes de San Benito de aquel Monasterio que le recibiesen por criado. Allí estuvo algunos años, pasando todo el tiempo que le permitía su obligación, en el templo de Nuestra Señora. Desde Montserrate, pasó a Barcelona a servir a los mismos monjes en la casa que tienen en la misma ciudad. Por el mis­ mo tiempo, llegaron a ella los capuchinos que vinieron de Italia a propagar la religión en España. Apenas vió nuestro Martín la aspereza, el hábito V el tenor de vida de aquellos religiosos, conoció que le llamaba Dios para que le sirviera en tan santo Instituto. Los Prelados no pudieron dudar de su vocación de que da­ ban testimonio su vida cristiana y cuantos le conocían, y así le admitieron sin dificultad. Al momento dió a los pobres cuanto tenía, hasta los zapatos y se fué a pie descalzo desde la casa de la Virgen en que moraba al convento de Santa Eu­ lalia. donde tomó el hábito el día del Padre San Francisco del año 1581, a los 27 años de edad, mudando el nombre de Mar­ tín de Armillas, por el de Fr. Francisco de Daroca. No nece— 55 —

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