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mo de la meditación, que se hace a continuación; yo también le doy la bendición para ello”. Galló, pero después iniercedió con el P. Guardián para que el permiso quedase sin efecto y siguió levantándose. Con respecto a la descalcez, se refiere un caso curioso: Encontróle cierto día en las calles de Valencia un médico de la ciudad y viéndole descalzo y sin sandalias además, encaróse con él y le dijo: “Padre Capuchino, perdo­ ne que le quiero decir una palabra, y apeándose de la muía en que viajaba, le habló así: “Vuestra Paternidad desacredita nuestra medicina. ¿No tiene escr'úpulo de conciencia en an­ dar descalzo con tantos años de edad? No le excusaré yo de pecado, pues voluntariamente se quita la vida. A lo que 'el Siervo de Dios, sonriendo contestó: No lo entiende V., pobre- cilio, la Regla que yo profeso es contraria a la de galeno. Este ni supo ni entendió esta ciencia: Vir in.ñpiens non cognoscit et stultus non inteüigit /toe” . Y quedó el médico todo confuso ante esta respuesta y sin replicar palabra. Lo mismo sucedía con los ayunos, pues aunque los religiosos le recordaban que no le Obligaban aquéllos por ser de más de 80 años y él lo sabía tan bien como el primero, solía responder que eso no re­ zaba con él y continuó en ello hasta su muerte. Solamente ce­ día en esto a la obediencia de los superiores cuando le man­ daban alguna vez suspender la forma del ayuno. Sentía un grande celo por la gloria de Dios y porque no decayese en lo más mínimo el esplendor de la Orden. Solía decir': “Dejemos la Religión en el mismo estado en que la lie­ mos hallado. Nadie abra el portillo a la menor relajación, ni dé ocasión para que se deshonre su glorioso nombre. Por1 eso 110 quería dispensa de ninguna clase ni en la observancia re­ gular, ni en los rigores de la Orden, temiendo dar1mal ejem­ plo a los jóvenes. Decía que ninguna cosa mantiene más di­ cazmente el sublime estado de la Religión que el buen ejemplo de los más antiguos. ^ a en su vida fué tenido por santo de cuantos le trataron. Y lo que es más de admirar, de un modo especial fué tenido como tal por los mismos santos de su tiempo. En Milán por San Carlos Borromeo, quien por gozar de — 50 —

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