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osara acercarse a la casa; mas ellos, sin otra solemnidad que cargárselo sobre sus hombros, lo llevaron a la sepultura. En estas circunstancias se tomó la determinación de ais­ lar a los enfermos en el Palacio Castillo del Arzobispo. Co­ menzaron ai subir los enfermos; y los religiosos a servirles, si bien no quedaban de asiento en el castillo, esperando la re­ solución del P. Provincial. Todo era confusión y apuro, por­ que habiendo de subir y bajar constantemente para todo lo necesario, incluso para los sacramentos, el peligro de contagio subsistía, por la mutua comunicación. Por' esto, el P. Guar­ dián dispuso que cuatro se quedasen arriba sin bajar para na­ da a la población. Gomo era de esperar el Provincial aprobó lo heebo, ani­ mando a los religiosos a sacrificarse en aras de la caridad. Se puso la reserva del Sacramento en la capilla del castillo, y se subieron los santos óleos para administrar la Extrema Un­ ción. Además como no hubiera quien quisiera subir a servir a los enfermos, tuvieron que encargarse los religiosos de todos los servicios materiales, e incluso hicieron de cirujanos. Es cierto que a la puerta del castillo había siempre gente para su­ bir lo que era menester pero no entraban dentro. Los religiosos que subieron al castillo y sirvieron a los enfermos fueron los PP. Fr. Francisco de Miedes; Antonio de Fraga; Lucas de Borja; Tomás de Huesca; Diego de Zara­ goza, y los hermanos Fr. Francisco de Yaltierra; Pedro Je Salvatierra; Francisco de Alcañiz; Ignacio de Pamplona, y Domingo de Torres. “ Cuando el superior refería a la Comunidad los hechos heroicos que las crónicas capuchinas refieren de los antiguos padres, todos los religiosos del convento se ofrecían generosos al peligro, armándose entre ellos empeñada porfía por quié­ nes habían de ser los preferidos.” Perecieron víctimas del contagio más de cuarenta y los que sanaron de la enfermedad llegaron a 150. En el castillo había unos 30 graves y 80 convalecientes. — 37 —

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