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todo la voluntad de Dios, entró de nuevo en la Santa Gasa para, cerciorarse por medio de la oración de la verdad de cuanto acababa de oír, e inmediatamente se sintió movido del cielo a hacerse Capuchino. Salió después afuera y con gran fervor co­ menzó a decir: presto, presto, star capuccino, star capuccino. Partióse luego para Roma y postrado a los pies de Su Santidad Gregorio XIII, le dijo: Padre Santo, star Capuccino, y hacía ademán de echarse una cuerda al cuello, como para indicar que sin tardanza alguna quería hacer la profesión religiosa. El Papa (jue, aunque nunca io había visto, lo conocía ya por la fama de su nombre, levantando las manos le bendijo, diciendo: “ Con entrambas manos os bendecimos, mas contad antes con el consentimiento de los Padres de la provincia. Y volviéndose a la de las Marcas, se presentó al P. Bartolomé de Cesena, Mi­ nistro Provincial, el cual lo admitió al noviciado en el antiguo convento de Tebano, situado no lejos de Yes!. Bajo la dirección de un venerable P. Maestro de novicios,, hizo grandes progresos en la perfección religiosa, de lo cual te­ nemos algunos detalles en las virtudes que practicó en el no­ viciado, conservadas en los manuscritos de la provincia de Las Marcas. A pesar de toda su erudición, gustaba de conversar fami­ liarmente con los hermanos legos, con tanta simplicidad como si fuera uno de ellos. Aunque de complexión delicada y no acostumbrado a las austeridades de la vida capuchina, les cobró- tanto afecto que públicamente solía decir a sus connovicios: “Acuérdome que antes yo calzaba botas, medias y escarpines,, y vestía camisa y jubón y otros finos vestidos, y esto no obs­ tante, siempre andaba aterido de frío; pero ahora que voy descalzo y casi desnudo y que el viento entra por donde más: le place, siento mucho calor.” También en el noviciado dió pruebas inequívocas del amor que profesaba a la santa obediencia. Mandóle en cierta ocasión el P. Guardian, más para probarle en su virtud que para otra cosa, que fuera a la iglesia, en la que no había sino una sola persona y predicara un sermón. Y él sin replicar cosa algu­ na, ni hacer el más mínimo reparo acerca del auditorio que — 367 —

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