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debida forma en el archivo de las Misiones. Trabajó con gr’an celo, entre otras, en la Misión de San Fernando Rey. El P. Esteban de Azaróla, fundador de la Misión de “ San Pedro y San Pablo” el 1691 en el valle de Anacoguer, alias el Rincón. Fué varón verdaderamente apostólico, quien por mu­ chos años se empleó en la propagación de la fe primero entre los indios corales, pertenecientes al Rey de Portugal y después entre los indios de Cumaná. y siempre con grande ejemplo de virtud. Murió en su Misión del Rincón con gran dolor de todos los que le conocían; por su gran bondad y amables prendas era el imán de las voluntades. El P . Pablo de Godojos, fundador de la Misión de “San Lorenzo, Mártir”, la cual tuvo principio en 1697 en la sabanu de Car'amapuey, en las inmediaciones de San Ralbasar de los Arias; fué Prefecto y gobernó como tal estas santas Misio­ nes durante tres trienios, con singular acierto y prudencia. El P. Jerónimo de Muro, fundador de la segunda Misión de “ San Antonio de Padua” el año 1713 en el valle de Capa- yaguar junto al río Colorado. “Religioso, habla el P. Torre- losnegros, de singular celo, fervor y penitencia; fué muy es­ timado y querido de los indios, y para las entradas que hizo jamás llevó otra persona que el indio que le servía. No andaba a caballo, ni llevaba sombrero pana guarecerse de los soles y lluvias, conformándose en todo con la observancia regular-' del claustro; pero este género de vida le imposibilitó enteramente, pues son los caminos de este país muy fragosos y dilatados y los calores del verano igualmente perjudiciales y nocivos, que las humedades del invierno. , El P. Guillermo de Mallorca, fundador del segundo pueblo de San Francisco, cuya conversión tuvo principio el 1714 en la sabana de Guayaguar. inmediata al río Guarapiche. Pade­ ció inmensos trabajos en la fundación de este pueblo, hasta que al cabo de cuatro años, habiéndose sublevado los caribes y matado once criollos españoles en el inmediato pueblo de Aragua, huyeron los indios de San Francisco a los montes ante el temor de que los caribes hicieran otra mortandad semejante (1) Lodares, t. II, pág. 120. — 353 — 23

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