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illas tierras dilatadas son muy ignorantes, y tanto, que juzga­ ban no había más vida que la 1 temporal, ni que en sus cuer­ pos había almas, y lo que más admiramos fué, que no te>- nían conocimiento alguno de Dios; cosa increíble al parecer, y aunque hicimos muchas experiencias de esto y muy en particular con los que parecían de mayor capacidad, pregun­ tándoles que quién había hecho el cielo y la tierra, respon­ dían que no lo sabían (y esto después de haberlo pensado mucho) y que no lo podían afirmar, que hacía mucho tiem­ po que estaban hechos. Juzgaban que todo lo visible había aparecido, y por esta causa no reconocían ni adoraban deidad alguna verdadera ni falsa. Del demonio tenían alguna noticia oscura1, y le temían, juz­ gando que era alguna cosa muy poder'osa, que los podía opri­ mir con muertes y enfermedades y esto procede porque en estas naciones hay algunos hombres que tienen comunicación con el demonio, que les enseña las virtudes de algunas hier­ bas y plantas y permitiéndolo el Altísimo, les descubre algu­ nas cosas. ocultas; y por medio de estos sujetos que se llaman Piaches, sembraban muchos errores antes de nuestra entra­ dla; eran muy estimados y les tributaban grande veneración, porque usaban el arte de la medicina (que se puede y debe llamar ignorancia la quie usan). Antes que el demonio los ad­ mita a su comunicación los hace ayunar sesenta días con grandísimo rigor. Estos hombres se oponen grandemente con­ tra los ministros del Evangelio, porque predican contra ellos y sus errores; ellos fueron causa e impedimento para no po­ der entrar en aquella tierra en donde ahora está la Misión; ellos impiden el hacer mucho fruto y el que está hecho lo deshacen con su astucia y enredos; pero de tan astutos y en­ gañadores hombres (a Dios gracias), quedan ya convertidos a nuestra santa fe cuatro. Los cabezas o príncipes de estas naciones, y los ministros referidos del demonio, se casaban a su modo con muchas mu­ jeres de la plebe; muchos tenían dos, y algunos no más que una, y comunmente hablando, aunque dieran causa no la re­ pudiaban; para las bodas era menester el consentimiento de — 341 —

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