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en que los demás no pudieran escuchar ni atisbar lo que hacía. Oración y mortificación eran los dos polos alrededor de los cuales giraba toda su vida y si tan grande como queda dicho fué su espíritu de mortificación, no le iba en zaga su espíritú de oración, antes bien, ésta parecía superar a aquélla. Pues era tan adicto y aficionado a la oración y a la contemplación de las cosas celestiales, que casi todas las hoi’as de la noche lab empleaba en tan santo y provechoso ejercicio, en el cual re­ cordando y reflexionando sobre la acerbísima pasión de Cristo Nuestro Señor y sus indecibles tormentos, se deshacía en lá­ grimas, mezclando con ellas muchos suspiros y gemidos que brotaban de lo más hondo del pecho, como lo presenciaron frecuentemente los religiosos y de un modo especial el sacris­ tán, quien al ii 1 a tocar la campana por la mañana, le hallaba ante un crucifijo con los brazos en cruz y levantados sollozan­ do y convertido en un mar de lágrimas. Fácil es de suponer que un corazón tan caldeado en el amor de Dios como el de nuestro P. Miguel, no podía menos de sen­ tirse devorado por el celo de la mayor gloria de Dios y de la salvación de las almas. Y así fué en efecto, porque manifes­ tando a los superiores ese su ardiente celo, fué enviado según dicen los manuscritos: “Marchó por varias partes del mundo a sembrar la simiente de la divina palabra, enseñando a los in­ doctos y rudos indios, principalmente a los indios brasileños, las verdades de nuestra santa religión.” De lo cual parece dedu­ cirse, que antes del Brasil debió estar' en otras partes misio­ nando, y como fué compañero de Misión del P. Buenaventura de Maluenda, que estuvo primero en Sierra Leona, creemos que también nuestro P. Miguel estuvo antes en esta Misión afri­ cana. Después de algunos años, ocupado el Brasil por los fran­ ceses por derecho de guerra, fué conminado a marcharse in­ mediatamente de aquella Misión y provincia bajo pena de muerte, viéndose de esta manera obligado a abandonar aquel inmenso territorio donde había mucha mies y pocos opera­ rios, con grande sentimiento suyo. — 329 — ♦

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