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Se bautizaron desde su fundación hasta su destrucción, 2.306 almas; se celebraron 657 matrimonios y murieron 2.060 personas en la comunión de nuestra Santa Madre Iglesia. Guan do se erigió en doctrina tenía 463 almas.” Acaeció su dichoso tránsito a la gloria, según piadosa mente creemos, el mes de Agosto de 1738. Apenas expir'ó, cuando se apareció radiante de gloria y res plandores celestiales al venerable Hermano Fr. Miguel de To rres, anunciándole que subía a ser cortesano del cielo. Era éste un hermano muy santo, que estuvo en aquella Misión más de cuarenta años y murió de edad de ochenta con muerte natural y en olor de santidad. Merece, pues, crédito, al relatar la visión que tuvo del P. Atanasio. Estos seis mártires de Cumaná son suficientes para que se vea que el martirio anda rondando muy de cerca a los Misione ros, si ejercen su apostolado en Misiones de infieles, y no pue de ser de otra manera. Pues el Misionero va a destruir en esas tierras el imperio de Satán, a quien Jesucristo llama “Princeps hufus mundi ”, príncipe de este mundo. Y claro está, que aun cuando sea un príncipe usurpador e intruso, pues solamente Jesucristo es el verdadero Príncipe y Pastor de la humanidad, y todos somos sus ovejas, no obstante el demonio no ha de permitir ser desterrado de ese reino, ni despojado del mando sin oponerse por todos los medios a su alcance a que Jesucristo sea el que reine en las almas en su lugar. De ahí la guerra pri mera del tentador contra nuestros primeros padres; la de Caín contra Abel; de Esaú contra Jacob, y de los malos contra los buenos. Dios y el demonio se disputan la conquista del mundo, y como los Misioneros van a su conquista en nombre de Dios y de Jesucristo, muchas veces tienen que sucumbir en la de manda y derramar su sangre en manos de los emisarios de Satán. Ahora que, así como la sangre derramada por Jesucris to en la Cruz redimió al género humano, así estos seis már tires dando con su muerte testimonio de la verdad de su doc trina, no hicieron otra cosa que derramar sobre aquella región la semilla de nuevos cristiíinos, y tenemos la dicha de ver que hoy reina Cristo en Venezuela. — 327 —
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