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\ P. Carabantes a los Cardonales de la Congregación de Propa ganda hablando de los indios de Los Llanos y Cumaná, donde entre otras cosas dice: “Y lo primero que debo decir es el ha bernos oído Dios que se han juntado muchos indios infieles, y con ellos se han hecho siete poblaciones en forma política, en diversas provincias y naciones, y con nuestras mismas < mai>os nueve iglesias (una de ellas de San Francisco), cortan do nosotros la madera necesaria, llevándola a cuestas sobre nuestros mismos hombros; las cuales iglesias, con todo lo ne cesario, conservamos sin asistencia alguna de príncipe ni se ñor; estas iglesias son dilatadas, y en cada una cabe mucha gente; en ellas celebramos las Misas con mucha frecuencia del culto divino, y se les predica la palabra de Dios en la mis ma lengua de aquellos infieles muy dificultosa de aprender.” En esto de aprender la lengua de los indios se señaló de un modo notable entre lodos los demás Misioneros de su tiempo, nuestro celoso P. Tauste, pues no sólo aprendió va rias lenguas de ellos, sino que escribió, como diremos después más detalladamente, diccionario, gramática, catecismo y ser- mones, y aun cuando algún otro Misionero hizo algo de esto en otra lengua, mas ninguno de ellos la imprimió, sino nues tro P. Tauste, siendo su obra la más nombrada y la más útil para los Misioneros, porque escribió en la lengua principal de Cumaná, que era la de la nación Chaima. Parecía cosa de milagro ver a aquellos indios, que siempre habían estado en guerra con los españoles, obedientes y su misos al Misionero, viviendo al mismo tiempo bajo la obe diencia de las autoridades españolas y conversando en paz con los españoles sus enemigos. Refiriéndose a la provincia de Cumaná, dice el P. Anguia- no (1). “Hasta el año 1G60 se gozó de paz y sosiego en toda ella, domesticáronse los indios y se formaron las poblaciones que quedan mencionadas. En el discurso de estos diez años, pudieron libremente tratar' y contratar en toda la provincia los españoles y los indios; éstos venían a comerciar a las ciudades y los españoles iban a sus tierras. Abriéronse caminos para (1) Lodares, t. II, pág. 61. — 317 —
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