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vió las espaldas para marcharse, cuando se levantaron los bárbaros criminales y echando mano a los arcos que consigo llevaban, empezaron a lanzar multitud de flechas sobre el Mi sionero, al mismo tiempo que con griterío infernal se anima ban unos a otros dando mueras al Padre. Varias saetas hicie ron «blanco en él, pero una de ellas le atravesó de parte a parte de la espaida al pecho, causándole una herida mortal de nece- síidad. Al sentirse mortalmente herido, pronunció el suavísimo nombre de Jesús y dijo estas palabras: “Dios mío, esta es la última hora en que necesito de un modo especial vuestro so berano auxilio”. Y vertiendo arroyos de sangre aceleró el paso con el intento de ganar la pequeña distancia que le separaba de su residencia, y poner a salvo la vida de un niño que tenía en su compañía y le ayudaba a Misa, temeroso de que muerto él hicieran otro tanto con el inocente niño. Guando llegó el Padre a su casa, salió el niño a la puerta y avisado de que se escondiese lo hizo así. Allí en la puerta de la choza, a flechazos y golpes de macana, que es un alfange de madera muy pesado, que usan los indios, acabaron de ma tarle. Otro tanto hicieron con el niño, dándole una muerte cruel. El niño se llamaba Manuel de Vera, y era hijo de padre español y de madre criolla, vecinos del pueblo de Santa María de ¡Los Angeles, que como en otro lugar se ha dicho, fué el primero que se fundó en Cumaná. Bautizado por nuestros Mi sioneros y educado por ellos en el santo temor de Dios y en las buenas costumbres, fue cedido por sus padres a nuestro P. Miguel, para que le hiciera compañía y le sirviera de acó lito en la celebración de la santa Misa, pues el Padre estaba sólo en aquella estación. Temerosos los criminales de la venganza y justicia que to maría contra ellos el Gobernador de la provincia de Cumaná, si se llegaba a descubrir el crimen, trataron de ocultarlo, Con este propósito, introducidos los cadáveres en la casa, prendie ron fuego a ésta, para que se creyera habían sido víctimas de un incendio casual y los cuerpos quedaran reducidos a cenizas. — 294 —
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