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y paja, el 27 de Mayo de 1681. Llamóse este pueblo San Mi guel, poniendo así a sus habitantes bajo la protección del Príncipe de las milicias celestiales. Estaba situado en un lugar llamado “Entre dos ríos", distante dos leguas del pueblo de Cumanacoa y ocho del de Santa Mar'ía de los Angeles, fun dado por los Capuchinos. El Misionero era todo en el pueblo, Alcalde, Juez, Maestr'o, agricultor, etc., pero sobre todo era Misionero, y por eso su ocupación principal consistía en catequizar e instruir en la Religión a los indios adultos y bautizar-' los ni'ños, visitar a los enfermos y administrarles los sacramentos, Al cabo de dos años, y cuando se hallaba más ocupado en este santo ejer cicio el celoso Misionero, ocurrió que el día 5 de Febrero del año 1683, se presentaron en el pueblo un buen número de indios, parientes, amigos y conocidos de los que vivían en San Miguel bajo la dirección del Padre, con el fingido propósito de abandonar la vida salvaje, hacerse vecinos del pueblo v abr'azar la religión cristiana. Pero lo que realmente pretendían er-ct lodo lo contrario, esto es, seducir a sus vecinos V obli garles a volver consigo a los bosques. Mucho se alegró al principio el Misionero, oyendo ae sus labios tan buenos y santo:', deseos pensando procedían con sin ceridad. Y para mejor ganer-'les, los agasajó cuanto pudo, dan do al mismo tiempo gracias al Divino Pastor por las nuevas ovejas que traía a su redil. Aun cuando advirtió en sus sem blantes cierta tristeza y melancolía que le pareció indicio cíe poca sinceridad en sus manifestaciones, no pensó sin embar go, que fueran lobos cubiertos con piel de oveja y trató de granjearse el afecto de ellos con su bondad y afabilidad, ex hortándoles a perseverar en el camino emprendido. Durante el breve tiempo que estos hipócritas y malvados estuvieron en la población, indujeron por diversos medios a sus moradores a que, abandonando aquel lugar, se volvieran con ellos a los montes; más ellos que estaban alegres y con tentos con la nueva vida que tantos bienes les proporcionaba, se negaron rotundamente a secundar sus deseos y abandonar al Misionero de quien tantos bienes habían recibido. Viendo — 292 —
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