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celona, y trató de retener a los Misioneros e informar al Rey; pero éstos creyeron necesario ir-' a Madrid a sincerarse de las acusaciones. Arregladas las cosas cíe la Misión, se despidieron los reli­ giosos de los indios; no es posible expresar- el sentimiento de estos infelices, cuando se dieron cuenta de que les quitaban a sus padres, precisamente porque se habían convertido en sus •defensores, quedándose huérfanos de protección en los atro - pellos y vejaciones de algunos magistrados sin conciencia, que sólo pensaban en satisfacer su codicia. Los lamentos de los indios, sus lágrimas y sollozos, herían profundamente el corazón de los Misioneros, pero era preciso obedecer y consolar a los indios, asegurándoles que pronto re gresaríatn junto con los otros Misioneros para extender las reducciones por toda la región. En la ciudad de Cumaná se despidieron de los vecinos y magistrados, y como eran muy queridos, fué general el sen­ timiento; todos acompañaron a los Misioneros hasta el buque, haciendo votos para que volvieran pronto. Llegaron sin nove­ dad a España a fin de 1652, y presentaron luego al Consejo de Indias una memoria lazonada e ingeniosa, aclarando to­ das las cosas y deshaciendo las objeciones que sus émulos habían presentado contra ellos. La principal y más fuerte acusación era: “Que carecían de licencia para instalarse en aquellas regiones” . Lo cual no er’a exacto, pues la Sagrada Congregación, en decreto de 15 de Julio de 1647, había dispuesto “ que si por alguna circuns­ tancia ajena- a su voluntad, no podían los Misioneros penetrar en lugar señalado, pudieran establecerse en alguna de las co­ lonias de América, dando cuenta al diocesano y al Sr. Nuncio de Su Santidad ” . Todo lo cual habían practicado al pie de la letra y fu« precisamente el Señor Obispo de Puerto Rico, a cuya dióce­ sis pertenecía el valle de Cumanagotos, quien casi los obligó a ir a la región indicada; el Consejo de Indias había tam­ bién aceptado la concesión de la Sagruda Congregación, pues era muy razonable y conforme con las enseñanzas del Divi— 266 ^

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