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con la Santa Sede de los negocios de la Misión y del envío de misioneros. Vuelto a la provincia, no desfallecí«) de ánimo este vale­ roso atleta, sino que como quien empieza de nuevo la carrera de la vida religiosa en el noviciado, llevaba una vida más perfecta y fervorosa, hacíase mejor de día en día e iba su­ biendo de virtud en virtud, adquiriendo mayores bríos v fuer­ zas en la vida espiritual. Llegóse a encender en su corazón tan grande hoguera de amor divino, que no pudiendo contenerla y ocultarla en su pecho, salía al exterior a manera de una llama abrasadora que inflamaba de modo admirable con sus frecuentes y fervorosos coloquios y conversaciones espiritua­ les los ánimos de sus oyentes, en tanto grado, que su confesor le mandó moderase su espíritu ly sus conversaciones espi­ rituales. Esto mismo lo testificaban varones probos y fidedignos,, y está comprobado por una revelación que hizo el Señor a una religiosa muy «anta y de aprobada vida, a la cual dió tres encargos o recomendaciones para el P. Miguel; la pri­ mera, que no se dejase arrastrar tanto del fervor en las con­ versaciones espirituales; la segunda, que conformase con la voluntad divina su ardiente deseo de sufrir el martirio por e1 nombre de Jesucristo, puesto que aunque no se cumpliera su deseo, no por eso perdería la palma y el mérito del martirio; la tercera amonestación se perdió de la memoria de los re­ ligiosos por el tiempo que se escribieron sus memorias o ma­ nuscritos por descuido en anotarlas. Finalmente al poco tiempo de su llegada a Zaragoza en­ fermó, dice el P. Anguiano, y a los pocos días pasó de esta vida a la eterna y bienaventurada, piadosamente pensando, porque fué un varón de sigulares virtudes. Lo mismo dicen los manuscritos; que lleno de méritos y virtudes descansó con una muerte dichosa en el convento Gesaraugustano en el año del Señor de 1647, o sea un año después de su regreso del Congo.

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