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y sabio, sino más bien como de mediano ingenio y algún tanto rudo. Dios en cambio a quien están patentes todas las cosas y los reductos del corazón humano, quiso poner de ma­ nifiesto el mérito de éste su siervo. Ofrecióse un caso dificultoso y delicado cuyo conocimien­ to y resolución era de la exclusiva competencia del Sr. Obispo de Tarazona, quien enterado perfectamente de la gravedad y transcendencia que encerraba el asunto, mandó convocar a todos los Superiores de las casas religiosas de aquella ciudad, y a los más destacados teólogos de la Diócesis, para tratar y discutir entre sí el caso propuesto y ver de hallar la solución adecuada al mismo. Mas como muchas veces suele acontecer cu semejantes circunstancias, no se llegó a la unanimidad de pareceres, sino que hubo disparidad de criterios y opiniones, quedando por lo tanlo sin recaer acuerdo alguno sobre lo con­ sultado. Entre los convocados por el Sr. Obispo se encontró el P. Guardián del convento de Tarazona, célebre por sus letras y sabiduría. Vuelto al convento, no sin una suave dis­ posición de Dios, propuso a nuestro biografiado, con quien se vió y tropezó el primero en la portería, el difícil y delicado asunto propuesto a la deliberación de los reunidos, imponién­ dole a la vez precepto de obediencia para que le declarase su parecer y dictamen. Ante semejante mandato de su Guardián, el P. Antonio empezó a hablar dando una solución y respues­ ta tan atinada, probándola con las sentencias de probados autores V corroborándola con razones tan poderosas, que es­ tupefacto su Guardián creyó que sin duda el parecer y dicta­ men del P. Antonio era el más acertado y el que debía seguir­ se. Sin pérdida de tiempo presentóse de nuevo el P. Guardián al Sr. Obispo, le repitió cuanto acababa de suceder, manlifestóle el parecer del siervo de Dios y sus poderosas razones, las cuales fueron tan convincentes, que siguió en todo el parecer del humilde portero de Capuchinos. Juzgando el Sr. Obispo que bajo aquella apariencia tan humilde y en tan bajo oficio se escondía un precioso tesoro, llamóle a Palacio y le preguntó: “P. Antonio, ¿te dedicaste acaso en otro tiempo al estudio de las letras? A lo que el hu- 230 —

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