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toda clase de adversidades y hacerlas frente con ánimo risue­ ño, se propusieron varios de ellos poner a prueba su pacien­ cia dirigiéndole palabras descompuestas y despectivas y ha­ ciéndole otros insultos; mas en vano, porque no lograron verle con rostro menos sereno que de ordinario, ni turbado o des­ compuesto, non lo cual creció en ellos la veneración que tenían al siervo de Dios. Fué custodio vigilante de toda honestidad y pureza y guardó la castidad toda su vida como una preciosa margarita, contra todos los asaltos de que fué objeto varias veces siendo seglar por parte de mujeres de vida licenciosa, defendiéndose siempre de ellas con una constancia viril y religiosa que le preservó de toda culpa. No permitió a sus ojos fijarse en el rostro de ninguna mujer, sino que siempre los tenía recogidos y bajos. Siempre se mostró otoedienlísimlo a sus superiores, aun en las cosas pequeñas, pero ¿obre todo se mostró heroico en tres ocasiones en que los Provinciales con sus letras de obediencia le obligaron a cambiar de convento. Luego que oyó de labios del P. Guardián la orden de su Superior Mayor de ir a morar en otro convento, la ejecutó el momento, si bien por la enferme­ dad que le aguzaba, estaba más para guardar cama y espe­ rar allí la muerte, que pare emprender el viaje. La obediencia en estas circunstancias que para cualquiera otro hubiera sido dura y penosa y aun impracticable, era en cambio para él íáoil y agradable y solía decir: “El Señor lo vé, el Señor lo quiere, el Señor lo manda, fiat, fiat”. Guán agradable a Dios fuera esta obediencia de nuestro biografiado, lo quiso mani­ festar por un prodigio divino; pues luego de disponerse a cumplir la obediencia, se encontró haber recobrado las fuerzas perdidas y que las tenía suficientes para el viaje, lo cual acae­ ció por un auxilio especial de la Divina Providencia, que de esta manera quería premiar su sumisión a los preceptos de sus superiores. No era menor que su obediencia el ardiente amor que pro­ fesaba a la altísima pobreza, tan amada de San Francisco, siendo tal su desasimiento de las cosas terrenas, que no ha— 228 —

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