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el mencionado novicio murió en el año de la probación, antes que llegara el tiempo de su profesión religiosa, frustrándose de esta maner'a tolas las halagüeñas esperanzas. Una religiosa de la Ürjen Garmeliiana de la estricta ob­ servancia, rogó al siervo de Dios que con sus oraciones im­ plorase la Divina Clemencia para el feliz éxito de la elección de Abadesa que dentro de pocos días debía celebrarse en su convento. Respondió el P Jerónimo sin duda iluminado de lo alto, que Dios mismo se encargaría de elegir Abadesa, ha­ ciendo que apareciera ésta a la vista de las electoras radiante por el brillo de todas las virtudes. Corno lo predijo, así suce­ dió, pues ella misma fué elegida Abadesa por unanimidad. Y habiendo también anunciado el día de su niuerte, aco­ metido de enfermedad mortal y fortalecido con los Santos Sacramentos de la Iglesia, emigró de la región de los muer­ tos a la de los vivos para vivir eternamente. Acaeció su dicho­ so tránsito el año 1711, en el convento de Mallorca, donde ha­ bía vivido muchos años, dejando en pos de sí tal estela de gloria y santidad, que nunca pudo desvirtuarse ni olvidarse. Luego que se esparció por la ciudad la noticia de su muer- té, afluyó al Monasterio una gran multitud del gente, hombres y mujeres, atraídos por la fama y olor de santidad del difunto, los unos para tocar y besar el cadáver y otros para cortar pe- dacitosde hábito por reliquia, V fué tal la veneración de los mallorquines para con este santo varón, que cualquiera ob­ jeto que había estado al servicio del siervo de Dios, lo lle­ vaban como si se tratara de objetos preciosos de oro, plata o piedras preciosas. Indicio de su santidad, fué el hecho de que, después de muerto quedase su cuerpo tan suave y flexible, que todos sus miembros podían moverse y doblarse al arbitrio de los religio­ sos como si fueran de viviente y su rostro tenía forma de per­ sona dormida más que de difunto. Y como por todo esto cre­ ciese cada día más la concurrencia de la gente, se creyó con­ veniente diferir el sepelio hasta el tercero día, ya para satisfa­ cer la piedad y devoción de la gente que acudía a verle, ya también para dar tiempo a las exigencias de los pintores em— 223 —

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