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la obediencia para trasladarse del convento de Bai'bastro don­ de moraba, al de Huesca, distante de aquél veinte leguas. Aun­ que estaba exhausto de fuerzas por una grave enfermedad pa­ decida y aquejado de dolores, no titubeó un momento en po­ nerse en camino, sin haber discutido lo más mínimo el man­ dato y voluntad del Superior. Hizo el viaje en tan corto espa­ cio de tiempo, que admirados los religiosos de ello, pues ex­ cedía con mucho a sus luerzas tan larga joí-nada, pregun­ táronle cómo había podido llevar a cabo el viaje con tanta celeridad, a lo que respondió el santo varón, que no sabía si­ quiera si había caminado; solamente que le pareció haber sal­ vado la distancia que separaba ambos conventos, a manera, de 1as aves, volando por el aire, queriendo hacer patente el Señor con semejante prodigio cuan gruta ie era la ciega obediencia de su fiel siervo. También es digna de gran alabanza en este santo religioso su grande y heroica paciencia. Un horrible cáncer se apoderó de sus carnes, comiéndole ojos, nariz y mejillas. Todos cuan­ tos estaban sabedores de la acerbidad del dolor que con tan cruel enfermedad sufría Fr. Roque, se condolían de él y ad­ miraban su virtud, considerándole semejante al pacientísim’o Job. En este tormento y enfermedad dio muestras de una in­ signe fortaleza de ánimo y de una invicta paciencia. Desde que perdió la vista a consecuencia de dicha enfer­ medad, dedicábase casi completamente a la meditación y con­ templación de Dios, de sus divinos atributos y de las verdades eternas, teniendo siempre la mente elevada en tales conside­ raciones, lo cual, no pudiendo soportar el irreconciliable ene­ migo del género humano, distraía y afligía su ánimo produ­ ciendo grandes estrépitos y ruidos, así como estridentes voces y ahullidos para que no pudiese estar en la oración con la mente atenta en Dios. Y cuando ni con estos medios le podía impedir o estorbar su recogimiento y oración, le golpeaba tan fuertemente, que le producía grandes llagas en su cuerpo, las cuales manifestaban bien a las claras la gravedad de seme­ jante suplicio. Mas el siervo de Dios, sirviéndose de la pa­ ciencia y de la oración, como de dos azotes con que flagelar __ 219 —

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