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dar, así como de recibir título alguno de prelacia; por lo cual rogaba muchas veces a los superiores mayores de la pro­ vincia que no le pusieran al frente de sus hermanos. Y como algunas veces no lo pudiera conseguir, pues los superiores le obligaban a aceptar algún cargo de prelacia, entonces posponía su cargo a la humildad, procurando aparecer siempre infe­ rior a sus súbditos. Tuvo una especial devoción a las santas vírgenes y már­ tires Bárbara y Catalina, hacia las cuales sentía un fervoro­ so afecto, a las que amaba de un modo singular y cuyas glor'ias encumbraba con mucho fervor, principalmente en la fiesta de ambas mártires del Señor. Se vió manifiestamente en su muerte cuán agradecidas estaban las santas a su fiel sier­ vo y devoto y cómo le recompensaban y correspondían con su amor, pues estando el P. Vicente en los últimos momen­ tos de la agonía, oyéronle los religiosos que le asistían en aquel trance hablar con alguien, y preguntándole: “Padre, ¿qué conversación es esa que tiene, y con quién habla?” El todo alborozado y radiante de alegría exclamó: “ ¿No véis con qué vestiduras tan resplandecientes ,y preciosísimas se han aparecido aquí las celestiales patronas Santa Bárbara y Santa Catalina?” Y recreado con esta celestial visión, voló a la mansión de los Bienaventurados a vivir en eterna compañía de las mismas, lo cual se verificó en el convento de Calata- vud, el año arriba dicho de 1708. — 215 —

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