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piedad y devoción a la Santísima Virgen, a la que llamaba su patrona. Cada vez que sonaba la iiora saludábala diciendo este devoto verso: “Azucena cándida, rosa llorida, bendita sea la hora en que luiste nacida” y a continuación rezaba el Ave María. A cuantos le visitaban, rogábales le encomendasen a Dios y a su Santísima Madre, manifestando deseos de morir, si podía ser en día consagrado a tan gran Señora, gracia que obtuvo muriendo en sábado. Era tal su anhelo por purificar su conciencia, que causaba edificación el verlo confesarse todos los días y algún día va rias veces. Antes de morir dijo que no le ocurría cosa alguna de que le remordiera su conciencia y que ya no la hubiera confesado, pues de acordarse de algo lo confesaría inmedia tamente; su fe era tan viva, que decía estaba dispuesto a per der mil vidas que tuviera por' defenderla y para hacer confe sión de su fe hizo le leyeran por dos veces el Símbolo de San Atanasio. Tenía una esperanza firme en la misericordia de Dios por lo cual r'epetía muchas veces estas palabras: “Yo confío que mi Dios me ha de salvar” . En medio de los dolores más atroces que le causaba la herida, solía afirmar que sentía una gran alegría en su alma y que se hallaba inundado de con suelo y gozo. Pedía muchas veces el santo crucifijo y besándolo decía tan fervorosas jaculatorias y hacía tan ardientes actos de do lor y arrepentimiento de sus pecados, que derramaba y hacía derramar a otros abundantes lágrimas, siendo preciso que el confesor le obligara a moderar estos sentimientos y. actos pa ra no acelerar la hora de su muerte. Tuvo una invicta paciencia en tan graves padecimientos,, pues aunque parecía no poder resistir más la flaca naturaleza, repetía sin embargo con frecuencia estas palabras: “Padecer o morir”. Otras veces tomaba el Santo Cristo en las manos y de cía: “Señor, dadme tiempo para padecer; ofrezco esta mi vida en holocausto vuestro, vengan más penas, y no quiero tener otro descanso sino la cruz” y demandaba la intercesión, de la Santísima Virgen para lograr sus peticiones. Convenían los médicos cirujanos en que los dolores del pa— 210 —
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